— Ha sido invitado este domingo para interpretar El concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo. ¿Qué tiene de especial esta composición para que sea tan conocida en todo el mundo?
— Buena pregunta. No te sabría decir exactamente. Tal vez todo lo que rodeó a su composición, en el año 1939, a que durante bastante tiempo no se valorara en España como se merecía o a aquella polémica cuando el compositor de jazz Miles Davies quiso hacer una versión que no gustó nada a Rodrigo hasta el punto de querer prohibirla. Creo que fue una mezcla de todo pero al final lo más importante es que ha perdurado por su enorme calidad. Tanto que poder interpretarla es un regalo para cualquier músico de guitarra clásica.
— Desgraciadamente no es muy habitual ver una guitarra acompañando a una orquesta. ¿Por qué?
— Es cierto. Pienso que tal vez se deba a que no hay demasiadas piezas para que sean interpretadas por un guitarrista entre los grandes compositores de la historia. También es cierto que durante mucho tiempo se trató de un instrumento muy vinculado a otros ambientes, sobre todo hasta que su sonido pudo ser amplificado para que se oyera en grandes auditorios o escenarios.
— Pero la guitarra es uno de los instrumentos más habituales...
— Claro. En todo el mundo. No hay cultura que se haya resistido a intentar hacer sonar una caja de madera con unas cuerdas. Además, desde la Edad Media tenemos la imagen del juglar con su laúd y todos nosotros hemos visto alguna vez una funda de cuadros que guardaba una guitarra. Sin embargo, los grandes compositores de la historia nunca repararon en ella como un instrumento que se mereciera piezas especiales.
— ¿No hay grandes compositores para guitarra?
— La verdad es que no. Seguro que si reflexionas bien no te viene a la memoria casi ningún nombre más allá de Andrés Segovia o Joaquín Rodrigo. Y es una pena comparada con la tradición que si que hay en países como Alemania o Austria.
— ¿Usted como decidió comenzar a tocar este instrumento?
— Fue en mi Ávila natal de manera bastante normal y sin grandes pretensiones porque nadie de mi familia venía del mundo de la música previamente. Me gustaban muchas cosas pero finalmente la guitarra me fue atrapando tanto que a día de hoy sigo totalmente enganchado. Tuve la suerte de tener grandes profesores, de estudiar en el extranjero y de tocar con los mejores y gracias a eso al final se ha convertido en mi gran pasión.
— También es profesor en el Conservatori Superior de Música dels Illes Balears. ¿La música debería ser obligatoria en los planes educativos?
— Por supuesto. No hay nada mejor que aprender a apreciar el arte, la música o lo que tenemos alrededor. De hecho creo que eso debería ser un derecho fundamental porque nos hace mucho mejores como sociedad y como personas.
— ¿Y la música? ¿Qué nos aporta como personas?
— Infinidad de cosas. Entre otras cosas nos permite poner en común nuestras dos partes del cerebro, el hemisferio izquierdo que domina el lenguaje, procesando lo que escuchamos, nuestro habla y los cálculos lógicos y matemáticos, con el derecho que se encarga de las habilidades espaciales, el reconocimiento facial y el procesamiento de la música. Además, estudiar música o estar en una orquesta, grupo o banda también aporta disciplina, lo cual también es verdaderamente importante en los tiempos que corren.
— ¿Y la música clásica?
— Qué te voy a decir yo. Pienso que es muy importante porque cuando se nos mete en el cerebro nos cambia completamente. Nos ayuda a poder entender mucho mejor todo lo que nos rodea, ya sea artístico o no.
— ¿Entonces se le da el verdadero valor que tiene?
— Pienso que sí. Pienso que la música es uno de los mayores inventos de la humanidad. Está presente en cualquier cultura, desde los albores de los tiempos. Es impresionante como a través de unas simples vibraciones de sonido a través del aire se puede conseguir transmitir tanta sensibilidad y tanto sentimiento.
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