Alas 18:20 horas, tan sólo una decena de bancos estaban ocupados por gente esperando la cabalgata en el Passeig de ses Fonts, en Sant Antoni. Las cuatro carrozas –una de Fantasía y las tres de los Reyes Magos– habían comenzado su recorrido 20 minutos antes desde la Avinguda Doctor Fleming. Tenían que continuar por el Passeig de la Mar hasta el puerto para luego dar la vuelta y regresar al comienzo.
Contando con la gente que esperaba al otro lado de la carretera, bien caminando o bien disfrutando de las atracciones allí montadas, había unas 200 personas en el paseo. Fina Cruz y José Cruz, hermanos, habían llevado a los hijos de la primera –Daniel y Lucía– aunque sabían que, en esta ocasión, Melchor, Gaspar y Baltasar no les iban a repartir caramelos ni ningún otro obsequio. «Es para que vean la tradición», explicó el tío.
Fotos: Irene Arango.
A las 18.30 horas, el mítico paseo ya estaba lleno. Pese a las advertencias de las autoridades y, a sabiendas de que las carrozas no se detendrían frente a ellos, más de un millar personas se aglomeraron en él para asistir a la llegada de Sus Majestades desde Oriente. Ninguno de ellos quería perderse el desfile.
Un cuarto de hora más tarde, los allí presentes esperaban la llegada de la comitiva. Destacaban, entre ellas, varios grupos de marroquíes. En uno de ellos, al ver luces de fondo, un niño le preguntó a su madre si ya habían llegado. Se sobreentiende que se refería a los Reyes, claro. Entre ellos, hablaban indistintamente en árabe o en castellano.
La gente, agolpada
La gente se agolpaba junto a la carretera, de pie o sentada, para asegurarse de presenciar el paso de la comitiva. Un paso que se esperaba más rápido, pero que no lo fue tanto: tardó algo más de una hora en completarse el desfile.
Fotos: Irene Arango.
Con música de fondo durante todo el recorrido, algunos grupos precedieron a las carrozas de Sus Majestades. La escuela de baile Adrián Pineda, Piruleto y pajes voluntarios dieron algo más de colorido al desfile. Vestidos de rojo en forma de corazón, o de amarillo, o de verde, se trataba de animar la fiesta. Los chicos de las antorchas iluminaban el camino.
Fotos: Irene Arango.
Había también un cañón de espuma, que simuló nieve a su paso. A los pocos minutos del término de la cabalgata, ya no quedaba casi nadie en el paseo. Tan sólo los que caminaban al margen del desfile. El resto se había marchado ya a casa con la ilusión de que, el próximo año, puede ser, esta vez sí se verá una cabalgata normal, con sus paradas, su ofrenda y su reparto de caramelos para los más pequeños. Porque, aunque sea una tradición, esta tradición no está completa sin ellos.
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