—¿En qué momento decidió dedicarse a la investigación?
—Empecé muy joven haciendo cosas de todo tipo. En cuarto de primaria empecé a programar. A los 16 años ya trabajaba en proyectos de motores de combustión externa. Mejoré en un 60% el rendimiento de unos motores que hizo la NASA en 2002. Competí (tecnológicamente) contra el ejército y me introdujeron en la Singularity University. Con 16 años también empecé mi primera empresa, que tenía más que ver con software e inteligencia artificial evolutiva. Más tarde emprendí otra de hardware, con unas pegatinas geolocalizadoras con las que ubicar cualquier cosa: desde tu coche a tu cartera si te la roban. Seguro que el proyecto hubiera llegado lejos, pero empezamos con Bioo: la energía siempre había sido mi pasión.
—¿Tuvo inversores para emprender su proyecto?
—La Unión Europea ha sido el mayor inversor del proyecto desde el principio. Desde el Parlamento Europeo nos dieron el premio a la empresa más innovadora de Europa, y aquí estamos.
—¿Qué es Bioo?
—Bioo es una empresa biotecnológica que se dedica a crear electricidad y tecnología a partir de la naturaleza. Hacemos interruptores biológicos para hacer domótica en las ciudades del futuro o baterías que se enchufan, por así decirlo, en el suelo para generar electricidad. Se puede usar, por ejemplo, en zonas de jardines, parques o campos agrícolas.
—¿Cuándo podremos ver este tipo de tecnología en nuestros hogares?
—Justo antes de la pandemia ya lanzamos nuestra primera línea dirigida a transformar ciudades. Se llaman Bioo-instalaciones y ya se están empezando a implantar. Trabajamos con muchas empresas alrededor del mundo transformando oficinas, tiendas, calles o incluso partes de ciudades. Los paneles Bioo, los que se enchufan en la tierra, los estamos empezando a implementar en pequeñas cantidades. El lanzamiento oficial será en 2023 pero de momento ya estamos empezando a instalar entre 10 y 20 paneles en distintas localizaciones.
—¿Podría explicarle a un profano en la materia cómo funciona una ‘batería que se enchufa en el suelo'?
—Funcionan de una manera muy simple: existe materia orgánica y hay microorganismos que se la comen y la descomponen. En ese proceso se liberan electrones, es decir, energía. En la naturaleza esto pasa en cada microsegundo en cualquier campo de tierra, pero esa energía simplemente se pierde. Las baterías biológicas ya se conocen desde los años 70, pero se han aplicado siempre para tratamientos de aguas residuales. Nosotros pensamos: ‘¿Y si hacemos una batería biológica que se enchufe al suelo, que no altere a la naturaleza y que simplemente se aproveche la materia orgánica que va sobrando tras hacer, por ejemplo, un riego o cosas similares?'.
—Una de estas baterías, al igual que otras de sus tecnologías como el piano de plantas, se encuentra en el Ibiza Botánico Biotecnológico. ¿Por qué ha elegido Ibiza para instalar uno de estos todavía contados paneles?
—Ibiza es nuestro campo de pruebas principal, nuestra sede se encuentra en Barcelona, pero cada implementación en entornos exteriores lo hacemos en Ibiza. Cada salto que vamos a dar en el mundo de estas tecnologías lo vamos a hacer desde aquí. Ibiza va a ser un referente mundial en biotecnología, y lo vamos a notar en cinco o diez años, cuando esto se empiece a poner un poco más serio.
—¿Por qué Ibiza y no otro lugar?
—Porque en Ibiza hay algo que no hay en ningún otro lugar del mundo: un jardín botánico biotecnológico que nos facilita muchísimo las cosas. Primero, porque hay entornos distintos donde poder probar, desde entornos dunares, salinas, bosques etc. Esto te da libertad para poder probar la tecnología en distintos entorno o hábitats, a la vez que estás rodeado de otras empresas biotecnológicas con las que se crean distintas sinergias. Esto no lo puedes encontrar en ninguna otra parte.
—¿Tienen previsto algún tipo de actividad para mostrar el funcionamiento de esta tecnología?
—Está previsto que se hagan actividades didácticas, y también con escuelas. Está previsto hacer talleres en los que los estudiantes podrán crear sus propias baterías biológicas en probetas y llevárselas a casa para encender leds o lo que sea. Lo importante es que al llegar a casa se puedan plantear cómo poder transformar su comunidad.
—Entonces, ¿llegaremos a cargar el móvil metiéndolo en una maceta?
—La verdad es que llegamos a hacer un par de prototipos que eran literalmente para eso: cargar un móvil enchufándolo en una maceta. Lo malo es que esos prototipos tenían el inconveniente de funcionar muy bien en laboratorio pero no eran escalables: si ya cuesta cuidar de un cactus en casa, imagínate una colonia microbiana. De manera que hemos tenido que sacrificar eficiencia por resiliencia, usando baterías más grandes pero más escalables.
—¿Llegará el momento en el que un jardín en el tejado de un edificio pueda abastecerlo de energía?
—Sí. En eso estamos. Lo que pasa es que para llegar a ese punto de manera eficiente en las casas habrá que esperar entre cinco y diez años. Por el momento estamos activando sistemas en agricultura de sensores y sistemas de irrigación automática para ir escalando poco a poco. El potencial de esta tecnología es absolutamente brutal. En los últimos meses hemos multiplicado por cuatro la producción de energía de nuestras baterías. Sabemos la ruta, solo nos falta el tiempo, y no demasiado realmente. Vamos a por ello.
—¿Qué tipo de residuo genera este sistema?
—Lo interesante de este sistema, que funciona como las demás baterías biológicas, es que aprovechamos el propio residuo de un sistema natural, lo descomponemos para que al final se acabe creando un único subproducto que es el agua. En la reacción se generan electrones, una parte de la molécula se la comen los microorganismos obviamente, pero lo más interesante es que se libera hidrógeno positivo (un protón) que va de forma natural hacia arriba y se combina con el oxígeno creando H2O: agua.
—Entonces, ¿el único residuo que se crea con esta tecnología es agua?
—Así es. Hay que tener en cuenta que el agua es un tipo de residuo muy común en cualquier tipo de reactor. Un motor de coche también crea agua, lo malo es que a la vez se crean otros residuos más perjudiciales. La parte bonita de nuestra tecnología es que el agua es el único residuo que se desprende, el CO2 que se crea con la respiración de los microorganismos que ya hay en la tierra es inevitable, pero se queda capturado dentro, y a la altura que se queda es perfecto para que las plantas crezcan más fuertes; el problema es cuando el CO2 sube.
2 comentarios
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Con los políticos que tenemos en Ibiza este hombre se hartara muy pronto