Si hace 19 años Carmen Alberto hubiera tenido que elegir un nombre de niña tras su segundo parto, hubiera elegido Irene. «No creo que le hubiera gustado a ella», reconoce.
No obstante, nos referiremos a ella con este nombre para respetar el anonimato que prefiere mantener. Cuenta Carmen que, ya desde pequeña, su hija decía que de mayor quería ser maestra. Cuando Carmen se maquillaba en el baño, Irene, que apenas llegaba al lavabo, siempre le decía: «Mamá, un pintaíto». Entonces le daba un brochazo rápido por la cara y le echaba cacao en los labios. También relata lo mucho que disfrutaba Irene poniéndose los vestidos de su madre para jugar en casa. Irene estuvo cinco años en una academia de ballet y era una gran fan de Xena, la princesa guerrera. Nada fuera de lo normal en la vida de cualquier niña pequeña, si no fuera porque en aquel entonces Irene tenía nombre de niño y todos se dirigían a ella en masculino.
«En el colegio no le gustaba ningún deporte, pasaba del fútbol y del baloncesto», recuerda Carmen. Buscaron algo que le gustara; lo intentaron con la gimnasia rítmica, pero el hecho de ser chico le impidió apuntarse. «Así que le apuntamos a ballet», cuenta arrepentida, ya que «es lo más sexista que hay; ellas con tutú y él con pantalón. Irene no quiere ni recordarlo».
Cómo no, en el cole tuvo que soportar capítulos de homofobia. La profesora, para solucionar el problema, le puso delante de los compañeros para que pudiera reprocharles su comportamiento. No hubo ningún reproche, y sus palabras fueron: «Profe, es que yo no estoy enfadado con ellos: me están acusando de ser algo, y yo ni siquiera sé lo que soy», asegura la madre.
La noticia
Irene tardó 16 años y diez meses en pedirles a sus padres que se sentaran para contarles quién era ella en realidad. «Aquel día sabía que me quería contar algo porque llevaba todo el día dando vueltas detrás de mí. No fue hasta las 12 de la noche, cuando nos íbamos a acostar, cuando nos pidió que nos sentáramos a su padre y a mí». Ese día de octubre que no lo olvidará. Carmen llevaba mucho tiempo convencida de la homosexualidad de su hijo y preparada para que se lo contara, pero no estaba preparada para lo que en realidad escuchó: «Es que no soy un niño: yo soy una niña». La respuesta de la madre, en pleno shock, fue: «¿Pero has sido feliz?», y todavía se emociona al recordarlo. El padre, según Carmen, «ni siquiera respiraba, no sabía como reaccionar», mientras sus preguntas se precipitaban una detrás de otra, mientras lloraba confusa abrazada a su hija: «¿Por qué no lo has dicho antes?, ¿ahora cómo lo hacemos?»…
Irene ya había pedido cita para planteárselo a su doctora de cabecera, y tenía hora para el día siguiente, «pero esperó hasta el último momento para pedirnos que la acompañáramos», reprocha su madre.
Tras toda la noche en vela, Carmen no tuvo paciencia para esperar a la hora de la cita con la doctora y se presentó a primera hora de la mañana, llorando a la puerta de su pediatra para contarle lo sucedido. La respuesta de la pediatra fue clara: «Tranquila, que algo ya sospechábamos, ¿verdad?». Por la tarde se presentó, «sin cita ni nada», en los servicios sociales. Desde allí le supieron asesorar poniéndola en contacto con la Asociación Chriysallis en Mallorca, que les ayudaría a pasar el tránsito, tanto a Irene como a su madre.
El tránsito
En la visita al endocrino, el padre de Irene pidió que si el cambio se podía hacer «despacito», y la respuesta del endocrino fue: «¿Le parece poca lentitud esperar 16 años?». Carmen reconoce que esa lentitud quienes la necesitaban de verdad eran ella y su marido. En ese sentido, también recuerda la visita a la psicóloga y el planteamiento de Irene: «A mí no me hace ninguna falta venir aquí, pero si mis padres lo necesitan, adelante».
Carmen insiste en que no estaba preparada para esa noticia. «Se trata de un mundo que no existía para mí hasta aquel momento», y reivindica más educación en este aspecto para evitar el sufrimiento de aquellos niños y niñas que no se sienten identificados con su sexo. «Hace diez años no se hablaba con esta libertad de estos temas, pero hoy ya hay una persona trans, Rachel Levine, como subsecretaria de Sanidad en Estados Unidos, aunque todavía falta mucho camino», reconoce.
La madre de Irene no quiere pasar por alto la figura de La Veneno, a quién su hija idolatraba, devorando sus vídeos en Youtube mucho antes de iniciar su tránsito. La exitosa serie sobre la vida de la estrella trans de los noventa, e ídolo de Irene, la han disfrutado madre e hija de una manera especial, tal como cuenta Carmen: «Abrazadas y llorando todo el tiempo».
La casualidad quiso que el viaje que tenían programado para ir a ver a la familia en Navidades a su pueblo de Granada coincidiera con el día que Irene cumplía 17 años, un par de meses después de esa noche de octubre. Ese día Irene embarcó vestida con una minifalda que no dejó a nadie indiferente en todo el barco, y dejó su pasado masculino atrás para siempre.
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Mare meua... sobren ses paraules !. Això cada vegada és més freqüent.