—¿Se había tratado alguna vez la figura de Catalina de Salazar y Palacios de una forma tan exhaustiva?
—Siendo sinceros creo que casi nunca. Y menos como protagonista de una obra. Es un personaje que, desgraciadamente, siempre aparece relegado a la sombra de su marido.
—¿Por qué decidió escribir sobre ella?
—No fue una decisión premeditada sino que cuando terminé la biografía de Miguel de Cervantes en la que había contado casi todo de su vida me di cuenta que había sido tremendamente injusto al no dar el reconocimiento que se merecían las mujeres que tuvo a su alrededor. Entonces, decidí abrir una nueva línea de investigación que en principio estaba centrada en sus hermanas pero que me acabó llevando a su mujer, Catalina de Salazar y Palacios, nacida en el pueblo toledano de Esquivias, el 12 de noviembre de 1565 y fallecida en Madrid el 30 de octubre de 1626. Fue como, si después de tantos años investigando, pudiera saldar una deuda con ella.
—¿Y por qué en un formato tan atractivo y tan alejado de los ensayos como el monólogo teatral?
—En principio todo surgió cuando la Editorial Huso me propuso hacer un texto sobre Cervantes para su colección Palabras Hilanderas. Pensé entonces que sería una buena excusa para tratar sobre las mujeres que le rodearon y más sobre Catalina de Salazar porque se conocía muy poco sobre ella. Finalmente, según iba escribiendo fue como si ella me fuera reclamando su propia voz para contar su historia en primera persona después de tantos siglos de silencio. Y para ello, creo que el monólogo teatral era el género perfecto.
—¿Qué ha descubierto de cómo era doña Catalina?
—Muchas cosas porque desgraciadamente no tenemos muchos datos de ella. De hecho, si hubiera querido hacer un ensayo solo habría podido escribir tres o cuatro páginas. Afortunadamente, la literatura siempre nos ayuda a llenar tantos espacios de silencios, sobre todo para completar los recuerdos de parte de su vida. Y con todo ello he llegado a la conclusión de que no era la mujer lánguida, anclada en su pueblo y siempre a la sombra de Cervantes sino una mujer manchega, de carácter y capaz de llevar las riendas de su casa.
—¿Y su relación con el autor de Don Quijote de la Mancha?
—Creo que eran bastante cómplices y eran felices. Decir que estaban enamorados en una época como la del Siglo de Oro donde el matrimonio era un contrato a lo mejor es mucho decir. Pero si parece seguro que Catalina jugó un papel muy importante como acompañante de Cervantes, sobre todo a la hora de escuchar, analizar y aconsejar a su marido sobre los textos que escribía porque al final la escritura era un proyecto conjunto necesario para salir adelante en el día a día. Lo que si está claro es que no era una mosquita muerta. Se podría decir que fue una asesora perfecta de su marido.
—Habla de que no hay muchos datos sobre ella, ¿cómo ha sido el proceso de investigación? Hay muchos escritores que dicen que es la parte más bonita de escribir un texto...
— Muy interesante. Fundamentalmente porque solo conocemos de Catalina de Salazar algunos datos administrativos como por ejemplo su partida de bautismo en su pueblo natal de Esquivias, en Toledo, o la participación como testigo y como madrina en algunos bautizos allí. También un testimonio firmado en 1610 o sus desposorios con Miguel de Cervantes el 12 de diciembre de 1584. Sin embargo, nos faltaban las grandes preguntas de su vida, sus ilusiones de niña, los sueños que tenía o como era su día a día… Incluso como se conocieron.
—¿Y eso como lo ha hecho?
— A base de recuerdos y sobre todo inspirándome en un documento de 1584 en el que se registra la primera visita de Miguel de Cervantes a Esquivias y que probablemente fue la primera vez en que conoció a Catalina. Se ha escrito mucho durante los años, sobre todo en materia romántica, pero yo tengo otra versión. No creo que Cervantes fuera allí por un motivo literario sino como parte de su trabajo como comerciante de vinos ya que Esquivias tenía los mejores del país en aquella época. Lo que si he recreado a mi manera son los pensamientos de la joven Catalina antes de encontrarse por primera vez con el que luego sería el escritor de Don Quijote de la Mancha.
—Ahora que funcionan tan bien las series de época y hay muchas plataformas digitales, ¿no ha pensado en adaptar su texto?
—Tal vez. Pero no solo sobre Catalina, sino sobre todas las mujeres que rodearon la vida de Miguel de Cervantes porque ahora estoy escribiendo sobre su madre. Creo que sería una buena oportunidad para reivindicar el papel de esas mujeres que durante muchos siglos no tuvieron entidad administrativa. Ahora todo va muy bien pero nos olvidamos que hasta hace relativamente poco nuestras abuelas no podían firmar ningún documento por mucho que ellas lo hubieran promovido. No podían firmar una venta o la compra de una casa o ningún acuerdo sobre ninguna tierra.
—Una serie de televisión sobre la vida cotidiana de las mujeres en el Siglo de Oro suena fantástica…
—Sin duda. Seria muy bueno para aprender y comprender mejor una época en la que, literariamente éramos una potencia, pero a nivel de derechos de la mujeres dejábamos mucho que desear. Pero también vendría muy bien como reivindicación de nuestras madres o abuelas y las historias tan fantásticas que tienen detrás.
—Sí, son verdaderas enciclopedias. Lástima que muchas veces no nos acordemos de ellas hasta que ya no están…
—Es cierto. De hecho, muchos de los recuerdos de las mías las he empleado para recrear cómo sería la vida en la juventud de Catalina de Salazar.
—Dice que ahora está investigando sobre la madre de Miguel de Cervantes. ¿Supongo entonces que hay tema para rato?
—No lo dude. Las mujeres del escritor de Don Quijote de la Mancha me han enganchado mucho porque sigo descubriendo cosas. Como, por ejemplo, que Miguel de Cervantes no era tan urbanita como se cree sino que provenía de familia de campo, en Arganda del Rey.
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