Antonio Cabot Fornés S.A. es una empresa familiar que nació en Mallorca en 1910 y que no tardó en expandirse al resto de Baleares. 111 años después, cuenta con 16 sedes repartidas por las cuatro islas y más de un centenar de empleados. En las Pitiusas son cuatro los puntos donde esta empresa ofrece sus servicios de suministros para instaladores, siendo la sede formenterense la última en abrir sus puertas el mes de enero ajena a la crisis que azotaría el mundo un par de meses más tarde.
El responsable de la empresa en las Pitiusas, Alfredo Riera, cuenta a Periódico de Ibiza y Formentera cómo han afrontado este último año fatídico en su sector.
Parte de la plantilla de Antonio Cabot Fornés S.A. en la central situada en el polígono industrial de Can Bufí. Fotos: TONI P.
«Estamos intentando ampliar el negocio para poder suplir lo que nos ha traído la crisis, que es mucha gente con falta de trabajo», cuenta Riera que especifica que esta ampliación del negocio se basa en la implementación de servicios como el de electricidad y el de energías renovables. Y es que el azote de la crisis le ha supuesto cerca de un 20% de bajada en los ingresos a esta empresa centenaria. Aún así, Riera se reconoce afortunado en comparación con otros sectores, como el de la hostelería, que están sufriendo los efectos más devastadores de la pandemia.
Sobre la plantilla, el músculo con el que cuenta la empresa le ha permitido no solo no poner a sus trabajadores en ERTE, sino que han aumentado la plantilla con tres nuevas incorporaciones: dos personas nuevas de mostrador y un nuevo ingeniero. «Hemos aprovechado la situación y hemos contratado a gente que por suerte o por desgracia se habían quedado sin trabajo y que nos interesaba, así que cara al futuro hemos decidido contratarles». Así, las nuevas líneas de negocio están suponiendo una especie de bote salvavidas con el que salvar esta crisis de la mejor manera.
Confinamiento
Alfredo Riera relata cómo tras decretar el estado de alarma tuvieron que cerrar puertas totalmente. Dos días después recibió una llamada desde el Hospital Can Misses. Estaban acondicionando el viejo edificio del hospital para personas enfermas de COVID-19 provenientes de residencias de mayores, y necesitaban material. Riera cogió su coche y cuenta la extraña sensación de conducir por carrteras desiertas y el silencio del polígono de Can Bufí, en contraposición con los nervios y la frenética actividad que se encontró cuando llegó con el material a lo que sería Ca na Majora.
Desde entonces, en la nave fueron abriendo las puertas, primero con un empleado para poder cubrir alguna urgencia para después irse adaptando a las cambiantes medidas del momento.
Cara al futuro Riera no se muestra del todo optimista: «Este año va a ser todavía flojo, esperemos que la temporada siguiente se despierte todo un poquito y estemos todos vacunados. La isla va a sufrir».
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