Ahora que vemos de nuevo el sol y que la psicosis se nos está limpiando a fuerza de salir a la calle, de ver cómo otros ojos nos sonríen tras las mascarillas y de chocar codos, me sorprendo cuando escucho repetir en otros labios y en otras letras los párrafos que les escribía hace algunos capítulos de esta bitácora. Es normal, porque aquí en Ibiza el bicho no ha pisado fuerte. Nos hemos librado por los pelos de ampliar cementerios y duelos gracias a habernos cerrado a cal y a canto a tiempo, confinándonos en nuestras islas y a su vez entre las paredes de nuestras casas hasta empatizar con los responsables de este ‘secuestro’. En mis otras ‘casas’, donde habita el resto de mi tribu, en Madrid, en Aranda, en León, en Albacete o en Barcelona la historia ha sido distinta y sus miedos de hoy son los nuestros de hace semanas. No temáis, porque siempre nos quedará la cautela, como París en Casablanca, y la higiene será cada mañana el pan nuestro de cada día. Si el sentido común y la precaución nos siguen obligando durante meses a lavarnos las manos hasta la saciedad y a cubrirnos la boca, firmemos, porque es un peaje muy barato para todo lo que hemos perdido hasta ahora por el camino.
Bitácora de una distopía
El síndrome de la cabaña
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1 comentario
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Esta claro,,,lo peor que se puede perder despues del amor propio, es la LIBERTAD ¡¡¡¡