A María de la Oliva Muñoz Jurado le llega la jubilación con los últimos coletazos de la pandemia y sus compañeros le organizaron una despedida con regalos, flores, un reloj y champán, y los aplausos de sus compañeros. «Me llegó la hora», dice con esa sonrisa que le caracteriza y por la que es tan querida por sus compañeros. Esta sevillana lleva viviendo 46 años en Ibiza y desde 1989 trabaja en el Hospital Can Misses, primero en Cocina, después Lavandería y estos últimos años en Lencería. «Soy la que da los uniformes a la gente y los conozco a todos», cuenta de esta última etapa laboral. María es uno de los trabajadores que ha mantenido su condición de estatutaria tras la subrogación del personal de servicios no sanitarios de la concesionaria.
Sus últimos meses ha tenido más trabajo. Durante la pandemia le ofrecieron que siguiera con la costura en casa, «me llevaron la maquinaria y he estado trabajando allí, lo que más he hecho son mascarillas, luego me cansé de estar en casa y me volví de nuevo», dice.
En su trabajo ha llegado a conocer las preferencias de los trabajadores en cuanto a la ropa. «Los entendía a todos, sabía los que querían botones, corchetes y las tallas, con ver a una persona ya lo sabía, cada uno quiere una cosa y si se le puede dar, se le da». También se encargaba de los arreglos de costura. Por su despacho pasaba el personal, de 7,15 a 9,30 horas se encargaba de dar la ropa, después se dedicaba a coser hasta las 14 horas, y volvía a abrir a las 14,30 horas.
Conserva muy buenos recuerdos de Can Misses y de esta ultima etapa en Lencería. «He estado bien, trabajando con la gente y los jefes, tanto los de la concesionaria y el Ibsalut. Siempre he hecho mi trabajo y me he llevado bien con la gente que he trabajado». Casi todo el hospital pasó a felicitarla en su despedida el viernes aunque ayer incluso había gente que pasaba a buscarla para despedirse de la costurera de Can Misses. «Guardo muy buenos recuerdos todos. No me esperaba tanto agradecimiento de la gente, me voy contenta». Al despedirme de nuestra conversación telefónica, María me pide un pequeño favor: «Ponlo todo bonito, que la gente se lo merece».
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