Buzón ha visitado distintas zonas de este país andino donde trabaja Manos Unidas para mejorar la vida de sus habitantes. Son muy diversos. Los hay que trabajan para ayudar en la formación integral de mujeres y el apoyo escolar a niños, niñas y adolescentes en Sucre y otros que buscan mejorar la producción y comercialización de los productos agrícolas de las comunidades rurales del municipio de Padilla. También hay otros que luchan porque las mujeres que han sufrido violencia o han sido madres solteras puedan salir adelante en la ciudad de El Alto.
Según explicó esta cooperante, ella decidió viajar a Bolivia porque «necesitaba poner cara al dolor de todas esas personas y conocer en primera persona quienes son los beneficiados de los programas de Manos Unidas». Gracias a la gestión de la coordinadora en Ibiza, Margarita Portas, fue seleccionada para el viaje y allí ha comprobado sobre el terreno «que el dinero llega a los proyectos, se invierte sobre el terreno para mejorar la autosuficiencia de sus habitantes y lo que es más importante, que no es pan para hoy y hambre para mañana, ya que se les ayuda a que salgan adelante».
Proyectos muy diversos
Concretamente, en las zonas agrícolas, «muy amplias y muy despobladas porque sus habitantes huyen ante la falta de oportunidades», se ha mejorado el riego y se dan los cursos necesarios a sus habitantes para que sepan vender sus excedentes en los mercados y las ferias a un precio razonable y así seguir creciendo en su día a día. Así mismo, se está dando voz a la comunidad indígena, sobre todo a las mujeres, «para que se puedan convertir en líderes dentro de su comunidad y puedan acceder a cargos dentro de la administración».
Además, en la ciudad de El Alto, la segunda más poblada de Bolivia, al oeste del país en la meseta altiplánica, hay otro proyecto muy distinto y que también visitó Buzón. En este caso se ayuda a mujeres que son víctimas de una sociedad totalmente patriarcal. «En Bolivia muchas violaciones quedan impunes por la falta de regulación y además, muchas jóvenes indígenas, sobre todo de la cultura Aimara que cree en la dualidad de sol y luna y hombre y mujer, cuando se quedan embarazadas acaban siendo abandonadas por su propia gente teniendo que vivir solas y en la más absoluta pobreza».
Así, para intentar acabar con esto la idea es, según explicó la cooperante, «empoderar la figura de la mujer mediante talleres de carpintería, costura, patronaje, metalurgia o creaciones que les permitan crear sus propios productos y luego venderlos para tener sus propios ahorros y ser auto suficientes, mejorando exponencialmente su calidad de vida».
Su visita también ha servido a Lucía Buzón para afianzar su visión cristiana de la vida. Según esta trabajadora del centro Betania de Caritas «el viaje me ha servido para ver al resto de personas como hermanos a los que ayudar, siendo ya parte de mi alma y mi vida». Por ello aseguró que «solo cambiaremos el mundo si tenemos vocación de ayuda a los demás» y que «si queremos acabar con el hambre en el mundo todos tenemos que unir nuestras manos».
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