Libertad. Las gallinas se mueven libremente por la finca, al atardecer ellas solas se dirigen al corral hasta que amanece al día siguiente. | Daniel Espinosa

Junto a la carretera de Sant Joan está la finca Can Mosson. Es la casa en la que nació Vicente Guasch, donde se crió. Un espacio que ahora cuida para que no se pierda. Porque la tierra, si no la trabajas, se llena de maleza y no tiene valor. Empezó con cítricos hasta que vio que en los huevos ecológicos había un vacío de mercado en Ibiza y se lanzó. Simplemente con el boca oído ha cubierto toda su producción, con la que recorre la isla en su vehículo por los caminos secundarios para hacer los repartos de los huevos de la granja ‘Es nostro camp'. Cuando está en casa disfruta del campo y de unas vistas envidiables del Puig de Missa y del mar.

Antes de ser agricultor, ¿a qué se dedicaba?
— Siempre he sido empresario, primero con mi tío en comercial Guasch, una empresa de distribución de alimentos y bebidas; después tuve una concesión de coches, después una tienda de colchones y ya aquí, a la agricultura y la avicultura, siempre ecológicas.

¿De dónde surgió pasar de esas empresas, tan diferentes, a este proyecto?
— Las crisis de 1993 y luego la de 2007 afectaron mucho y hubo que reinventarse. Eso me ha llevado hasta aquí, a un sector en el que tengo más calidad de vida.

¿Y qué le atrajo a quedarse en este sector?
— En cierta manera fue por tema familiar. Yo vivía con mis padres y al disponer de tierras y agua para el riego decidí poner en marcha la explotación. No me gusta ver el campo abandonado.

¿Cuántas gallinas tenía cuando empezó?
— Primero compré 20 o 30, después un centenar y ya empecé a vender los huevos, siempre con certificado ecológico. Ahora son 800 y la idea es ampliar a las 1.300. En la finca nos caben 1.800.

Caben, ¿se refiere por normativa?
— Claro, este es un sector muy legislado. Son cuatro metros cuadrados de campo por gallina. Seis gallinas por metro cuadrado en cubierto. Por la extensión de la finca no podemos poner más que eso. Yo tengo el número 240 del Consell balear de Agricultura Ecológica como agricultor ecológico y ahora ya hay 1.400. Así que casi fui de los primeros. Comencé en 2002 con naranjos y limoneros. Ahora eso me funciona muy bien, porque las gallinas entre los naranjos y limoneros van de maravilla. Los abonan mucho y se comen los insectos.

¿Así que no se dedica solo a los huevos?
— No, hay otras cosas. Sobre todo naranjo y limonero. Tengo otra finca de 3.000, casi 4.000 metros cuadrados, y en esta estoy sembrando limoneros. Tengo previsto poner algunos naranjos más y también aguacates. Las gallinas y los frutales combinan muy bien. Las gallinas pasan el día entre los limoneros, tienen sombras y lo disfrutan y los limoneros quedan abonados. Una maravilla.

Entró en un sector que está creciendo mucho en la isla, ¿qué hace tan atractivo este sector?
— Que la gente quiere comer bien. Desgraciadamente, muchas de las enfermedades que sufrimos ahora vienen de comer mal y los productos que se le echan a los alimentos. La gente come con más tranquilidad las frutas, hortalizas o huevos que crecen con su ciclo natural, sin ningún químico. Eso es lo que quiere la gente. Es un poco más caro, pero lo que gastas en comida te lo ahorrarás en medicinas.

¿Cree que también le ha beneficiado a usted este cambio a trabajar en el campo?
— Es un tema que me ha gustado siempre. Yo soy de aquí, de esta casa, nací aquí. Durante unos años que viví en Vila, tenía un pequeño jardín en el que ya cultivaba pimientos, lechugas, tomates…

¿Sus padres se dedicaban a la agricultura?
— No, casi nunca. Mi padre fue delegado en un banco en Santa Eulària, después fue alcalde de Sant Joan. También era algo que le gustaba, de hecho hizo un curso de agricultura en Barcelona. Pero yo me lo he tomado ahora más en serio. Aquí tenemos agua buena para regar y se puede trabajar de una forma más comercial. A pesar de que es una explotación pequeña.

¿Cómo es su día a día?
— Me despierto a las 6 y empiezo a las 7. Les doy de comer a las gallinas, algo que ahora voy a automatizar. Luego recojo los huevos y de vez en cuando saco el estiércol, que utilizo para abonar la finca. Luego voy a hacer el reparto. Eso sí que me encanta. Visito toda Ibiza cada semana. Siempre que puedo paso por los caminos más secundarios. Para ir desde casa a Sant Antoni paso por Buscastell, para ir a Sant Carles paso por Sant Llorenç. Así disfruto del bello paisaje ibicenco.

¿Cómo hizo para darse a conocer?
— Comencé con una quincena de clientes. Ahora tenemos unos cincuenta. Pero no he tenido que hacer nada. Han venido solos por el boca oído. De momento no puedo tener más hasta que no tenga más gallinas. Luego, respecto a la imagen, hemos hecho unas hueveras que han quedado muy bien. Un detalle que comenzó en broma ha quedado muy simpático, que era mi foto en las etiquetas (ríe).

¿Y sigue creciendo?
— Bueno, no podemos aspirar a mucho. En verano estamos desbordados y en invierno hay muy poco consumo. Así que vamos equilibrando.

Dejando a las gallinas por ahí sueltas, ¿cómo hace para que pongan los huevos en su sitio?
— Ahora ves las gallinas sueltas, circulando por aquí. Pero las soltamos en torno a las 12:00. Las gallinas hacen la puesta desde que se hace de día hasta las 11:00 más o menos, en sus nidales. Después las soltamos. No sé si están más contentas cuando hacen la puesta o cuando las soltamos.

Veo que algunas pasean incluso por el camino, ¿es aposta o se han escapado?
— Hacen lo que quieren, tienen el corral abierto y pueden entrar y salir cuando quieran. Por la mañana en torno a las 12:00 o las 13:00 las soltamos. Las que quieren salir salen y las que no no. Después por la noche entran solas y les cerramos la puerta hasta el día siguiente. No hay que llamarlas, saben donde tienen que irse a dormir.

¿Qué producción tiene?
— De 55 a 60 docenas cada día. En teoría ponen un 80% más o menos. No ponen un huevo al día, como la gente piensa, lo hacen cada 26 horas. Ese es el ciclo natural. Cuando la producción es ecológica es así, mientras que en las granjas industriales se les induce a producir más.

¿Se nota la diferencia de huevos ecológicos a los que no lo son?
— Hombre, ahora que está muy de moda tener en la carta revueltos y huevos rotos, se nota mucho la diferencia. Eso sí, trabajamos con pocos restaurantes, porque sino no daríamos a basto, gastan muchos. Si vas a un supermercado y compras una docena de huevos que vale 1,20 euros y compras media por casi 3 euros, notarás en qué se diferencian.

¿Es el color, el sabor?
— El sabor sobre todo, pero también el color. El elevado porcentaje de maíz le da un color amarillo más oscuro y más intenso.

¿Cuál es tu proyecto de futuro?
— Pues la idea es llegar a las 1.800 más o menos. Este año llegaremos a las 1.300 en torno a abril. Las otras 500 la idea es tenerlas el año que viene.

¿De volver atrás, retomaría la agricultura?
— Si pudiera volver atrás comenzaría con esto y habría dejado antes todo lo demás.