Pedro Bravo estuvo ayer en Districte Hipérbole para hablar de su libro. Fotos: DANIEL ESPINOSA | Daniel Espinosa

El escritor y periodista Pedro Bravo estuvo ayer en Districte Hipérbole para hablar de Exceso de equipaje. Un best seller en el que analiza el turismo de masas sin pelos en la lengua, con datos y un tono divertido e irónico. Reconoce que no hay recetas mágicas, sólo preguntas, y por ello, al igual que en esta entrevista, anima a los ciudadanos a ser protagonista de un cambio «que no interesa a ningún gobierno».

—Presenta un libro sobre el turismo en Ibiza. Parece el lugar perfecto...

—O el imperfecto. Ibiza, las Baleares en general, muestran las consecuencias de un modelo turístico hipertrofiado, al que se le concede todo casi sin límite y sin pensar en los habitantes y el territorio. Analizaremos lo que ocurre pero miraremos de dónde viene esta masificación y sobresaturación turística, las causas, las consecuencias y qué se puede hacer para reconducirlo. Hay que ser consciente de que esto responde a las dinámicas de la economía global y por eso requiere una mirada profunda y coordinada entre distintos agentes.

—¿Cómo y cuando se planteó ser crítico con la gallina de los huevos de oro que es el turismo para España?

—Vivo en Madrid, un sitio relativamente turístico, más de paso, salvo algunas zonas concretas. Desde hace tres años vengo observando cómo han aumentado las visitas y evolucionado los formatos turísticos. Como tengo un blog sobre temas urbanos en el Eldiario.es escribo sobre el impacto de las Viviendas de Uso Turístico (VUT) y de asuntos relacionados con el turismo masivo que invade las ciudades. Se me fueron acumulando preguntas y no tuve más remedio que buscar respuestas escribiendo un libro. No es un libro contra el turismo sino sobre el turismo. Eso sí, es un cuestionamiento del relato oficial que dice que el turismo es la gallina de los huevos de oro.

—¿Por qué la cosa de las chanclas y los calcetines se nos está yendo de las manos?

—Porque en todo el mundo hay quejas. En Barcelona el turismo ha pasado de ser un orgullo a la primera preocupación de los ciudadanos. En Ibiza o en Mallorca cada vez hay más protestas. En Venecia, Amsterdam o destinos de crecimiento reciente como Islandia ya ven consecuencias negativas como la subida de precios o la expulsión de vecinos. El mundo, y especialmente países enfocados al turismo se ha convertido en un mapa para cubrir de chinchetas y retratar nuestros viajes. El fin de semana vamos a Berlín, luego una semana a Italia porque hay un festival de algo, después 15 días en una playa exótica que, por cierto, está llena de gente... De hecho, todo está lleno porque la tecnología nos ayuda a viajar y porque la industria, las empresas y los territorios apuestan, promocionan y subvencionan cada vez más que viajemos. Pero como en todo consumismo compulsivo hay que ver si nos satisface realmente como personas y si genera intercambios culturales y económicos justos en los territorios que visitamos. El relato oficial dice que sí pero cada vez más investigadores, ciudadanos, administraciones y periodistas y escritores como yo lo ponemos en duda.

—¿Por qué si España es el segundo país del mundo que más visitantes recibe y el turismo es tan beneficioso no somos una gran potencia económica?

—Esto sirve para apuntalar ese relato oficial que dice que el turismo es un gran invento. Las cifras se manejan como resultados deportivos: «Récord de visitantes este verano», «España es potencia mundial turística»... Es verdad que España presume de un 11% de PIB que viene del turismo y que el turismo es exportación, pero mantener ese dato en la balanza de pagos requiere de un esfuerzo importador que hay que ver si compensa. Además, buena parte de los capitales que mueve el sector no se quedan en las empresas locales y el empleo que genera es precario, estacional y temporal. No será tan real lo de la gallina de los huevos de oro cuando España, para la OCDE, es de los países desarrollados más desiguales. El dinero del turismo no parece que esté bien repartido. De hecho, hay territorios que ya se plantean si no les cuesta más de lo que ingresan.

—¿En Ibiza moriremos de éxito? ¿Sufriremos turismofobia como en Venecia?

—Yo diría que eso ya es un hecho. La turismofobia es el grito de desesperación de ciudadanos de todo el mundo que ven cómo el modelo turístico devorador provoca terremotos en sus vidas y en sus derechos. Es la señal de que hay que empezar a actuar y cambiar. Ibiza lleva años apostando todo al turismo sin revisar las consecuencias en los habitantes y en el territorio. El problema de la vivienda es sólo la punta del iceberg de muchos otros que llevan años advirtiendo Prou! o Terraferida.

—Entonces, ¿la subida de los precios que sufrimos los residentes tiene alguna solución?

—Sí, apoyar las movilizaciones de colectivos y movimientos sociales, votar a los partidos que crean que hay que replantear el modelo y, si no existen, crearlos para cambiar la situación.

—¿Y sobre el turismo de borrachera?

—Lo mismo. La marca Ibiza se ha orientado al ocio y al hedonismo, y la industria fomenta este tipo de vacaciones. Seguramente alguien se beneficie de ello, pero no parece que sean los ibicencos de a pie.

—¿Qué tenemos que aprender y que no de Barcelona, Madrid o San Francisco?

—En el libro hablo de todo el mundo, Ibiza y Baleares incluidas. Sólo se puede entender el tema si se mira como un fenómeno global que responde a la economía de mercado. Estamos en pleno momento de saturación y no hay ejemplos de casos de éxito en la reconducción del tema. Tal vez sólo la regulación de San Francisco sobre el VUT haya sido exitosa porque Barcelona, aunque tiene un plan estratégico que mira con profundidad el asunto, no sabemos como le irá. Amsterdam, con el nuevo cambio de gobierno, busca poner límites… Ahora nos damos cuenta de la herida pero no sabemos qué cura aplicar y qué cicatriz dejará.

—¿Por qué a ningún partido político le interesa un cambio de modelo?

—De momento, sólo Barcelona en Comú se ha planteado algo así

—¿Cual es el modelo ideal de turismo?

—El que respeta los derechos de los habitantes y de los territorios, el que reparte de manera justa sus beneficios y el que no arrasa con el aire y los recursos.