Todos en algún momento, por el simple hecho de ser humanos, tenemos que enfrentarnos a algún tipo de adversidad que nos va a traer, inevitablemente, algún grado de dolor, malestar, frustración o sufrimiento.
Las adversidades forman parte de la vida y no podemos escapar a los golpes que ésta a veces nos trae.
Lo que sí podemos hacer es aprender a enfrentarlos de la manera más útil y enriquecedora posible para nosotros.
No podemos evitar que un hecho adverso nos suceda, pero, sí podemos aprender a afrontarlo de forma positiva y constructiva para conseguir, en primer lugar, minimizar sus efectos y, en segundo lugar, aprender algo valioso que nos ayude a enfrentarlo mejor la próxima vez.
Además, me gustaría transmitir el mensaje de que siempre, de cualquier circunstancia, por muy adversa que sea, podemos extraer algo positivo que nos hace más fuertes y nos ayuda a crecer.
Para ilustrar este tema de la adversidad, no se me ocurre mejor manera de hacerlo que a través de un hermoso cuento, cuya autoría desconozco, pero que se ha convertido en uno de mis favoritos, desde que lo encontré en la red.
Dice así:
Una joven fue a ver a su madre. Le contó sobre los duros momentos que estaba viviendo y lo difícil que le estaba resultando salir adelante.
Se sentía frustrada, triste, deprimida… No sabía cómo iba a hacer para seguir luchando y estaba punto de darse por vencida y abandonarlo todo.
Ya estaba cansada de luchar y empeñarse por vencer los obstáculos, y tenía la impresión de que, tan pronto como lograba encontrarle la solución a un problema, inmediatamente, surgía otro nuevo que la hacía tambalearse y hundirse otra vez.
Su madre le pidió que la acompañara a la cocina.
Mientras su hija la observaba, llenó tres ollas con agua. En la primera colocó zanahorias, en la segunda huevos y en la última colocó unos granos de café molidos.
Sin decir una palabra, colocó las ollas al fuego y esperó a que el agua empezara a hervir. Unos veinte minutos más tarde apagó el fuego y retiró las ollas.
Sacó las zanahorias y las colocó en un recipiente. Hizo lo mismo con los huevos. Luego, con un cucharón, retiró el café y también lo puso en otro recipiente.
Después, con aire solemne, dirigiéndose a su hija, le preguntó: «- Ahora dime lo que ves».
«- Veo zanahorias, huevos y café», fue la respuesta de la hija.
La madre le pidió que se acercara y tocara las zanahorias. Estaban blandas.
Después le pidió que tomara un huevo y lo pelara. Una vez retirada la cáscara, pudo observar que el huevo se había endurecido.
Finalmente, le pidió que tomara un trago del café. La hija sonrió al oler el rico aroma que desprendía la infusión y saboreó su sabor fuerte y amargo.
Entonces la hija preguntó: «- ¿A qué viene todo esto, mamá?»
La madre le explicó que cada uno de esos objetos había tenido que enfrentar la misma adversidad -el agua hirviendo- pero cada uno había reaccionado de una manera diferente.
La zanahoria era dura, resistente en el momento de haber sido colocada en el agua. Sin embargo, al ser sometida al agua hirviendo, quedó blanda y débil.
La frágil cáscara exterior había protegido al líquido del interior del huevo. Pero, una vez hervido, el interior se endureció.
El café, sin embargo, había sido especial; después de estar en agua hirviendo, no sólo había cambiado él, sino que había CAMBIADO EL AGUA; se había fundido en su nuevo medio, había aceptado la adversidad, y había dotado al agua de un olor y un sabor distinto, muy agradable y muy especial.
«- ¿Con cuál de estos elementos te puedes identificar?» le preguntó a la hija. «- ¿Cómo le respondes a la adversidad cuando ésta golpea a tu puerta?
¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?
Propongo la siguiente reflexión, para plantearnos la próxima vez que una adversidad llame a nuestra puerta:
¿Qué somos? ¿Cómo la zanahoria que parece ser fuerte pero, con el dolor y la adversidad se marchita y pierde su fuerza?
¿Como el huevo, que al principio tiene un corazón blando, pero cambia con el calor? ¿Acaso tuvimos un espíritu fluido pero, después de una muerte, una separación, un problema económico o alguna otra situación difícil, nos volvimos duros y rígidos? ¿Quizás el aspecto de nuestra cáscara no cambió pero, por dentro, nos hemos convertido en una persona amargada y difícil, con un espíritu rígido y un corazón endurecido?
¿O es que somos como los granos de café? De hecho, el café hace cambiar precisamente a la circunstancia que le ha producido dolor, el agua caliente. Cuando el agua se calienta, el grano libera la fragancia y el sabor.
Si somos como el grano de café entonces, cuando las cosas han llegado a su peor momento, empezamos a mejorar y a cambiar la situación creada a nuestro alrededor.
Y tú, ¿cómo enfrentas la adversidad? ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?
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