—Muy buenos días. ¿Qué ha sido más difícil, un partido de Tercera División con el Sant Rafel o la sesión que le ha planteado nuestro fotógrafo Daniel Espinosa?
—(Risas). Hola. Bueno creo que un partido. Lo de las fotografías ha sido muy divertido. Me lo he pasado muy bien.
—Usted tiene 27 años, es portero y nació en Maldonado, Uruguay. ¿Cómo llegó hasta nuestra isla?
—Fue hace dos meses y medio. Estaba jugando en la Primera División de Nueva Zelanda y recibí una llamada de un compatriota mío que está en la directiva del Club de Fútbol Sant Rafel, por si me animaba a sumarme al proyecto. La verdad que todo fue muy rápido y hasta el momento está siendo genial.
—Fue Pablo Rodríguez. Dígame la verdad, ¿no se lo pensó un poco?
—(Risas). La verdad que muy poco. Él desde el primer momento me inspiró muchísima confianza y me convenció rápidamente. Y sinceramente no me arrepiento absolutamente de nada porque me trata fenomenal.
—Antes de llegar al Sant Rafel estuvo jugando en equipos de primer nivel de Uruguay y de Nueva Zelanda. ¿Cómo surgió la oportunidad de irse a aquel país?
—Pues porque estaba jugando en Uruguay y aunque me iba bien y estaba muy contento, allí las condiciones económicas no son tan favorables. Es un problema grave de nuestro fútbol y por eso emigramos tantos jugadores para buscarnos la vida fuera.
—¿No se quedó de piedra cuando recibió la llamada para jugar al fútbol en Nueva Zelanda? En un principio no parece un destino muy interesante...
—(Risas). Es cierto. Pero mi fichaje se fraguó a través de un compatriota mío que andaba jugando allí y estaba muy contento por las condiciones de vida y el nivel que hay en el fútbol de Nueva Zelanda. Él fue el que me recomendó y el que hizo posible que se fijaran en mí. Y se lo agradezco muchísimo porque me dió la posibilidad de vivir una cultura completamente diferente a la nuestra en un país maravilloso y acogedor.
—¿Y no se cachondearon de usted sus amigos pensando que iba a ir hasta Nueva Zelanda a juntar kiwis?
—(Risas). Pues un poco sí. Muchos uruguayos se marchan hasta allí para trabajar juntando kiwis de modo estacional, ganar un poco de dinero, y seguir viajando para luego buscarse un futuro mejor. Y, por eso, yo cuando llevaba allí ya un tiempo me hice una foto con un kiwi en la mano para decirles que era el primero que tocaba en mucho tiempo. (Risas).
—Aquí en Ibiza le va bastante bien. Hace unas semanas se hizo muy conocido por dar un pase de gol a un compañero en el minuto 91 y facilitar el empate del Sant Rafel. ¿Se esperaba esa repercusión?
—(Risas). Hombre fue importante, sobre todo para el equipo porque gracias a esa jugada conseguimos un punto de oro. Pero lo cierto es que, aunque es una jugada sorprendente y que no se suele ver muy a menudo, me sorprendió todo el bombo que se dió en los medios de comunicación de Ibiza. (Risas)
—¿Fue la primera vez que vivió algo así?
—Pues sí, y mira que llevo años jugando al fútbol...
—¿Es de esos porteros con alma de delantero?
—(Risas). Bueno, siempre me llama la atención irme al ataque a rematar un córner o una pelota parada, pero lo cierto es que no tengo muchas oportunidades. Y tal vez sea mejor para nuestro equipo (Risas).
—¿Fue de los que siempre quiso ser portero de pequeño o acabó retrasando su posición hasta verse debajo de los palos?
—Siempre quise ser golero. De hecho, mis padres siempre me recuerdan que siendo bien pequeño me iba detrás de la casa familiar a golpear un balón contra una pared y lanzarme a atajarlo sin importar si me dañaba las rodillas. Era mi pasión y siempre tuve claro cual era mi puesto en el equipo.
—En España, cuando jugábamos en el colegio o en la calle por lo general el portero era el gordito o el malo que nadie quería en su equipo...
—(Risas). Y en Uruguay. Creo que eso es algo universal. Yo, afortunadamente, siempre iba directo al arco y no dejaba elegir a mis compañeros. (Risas).
—Sé que es difícil esta pregunta, pero ¿cómo se define como portero?
—Pues técnicamente no me gusta definirme porque eso lo dejo para los periodistas o para los que vienen a ver los partidos cada fin de semana. Lo que sí os puedo decir es que soy una persona muy trabajadora que se basa mucho en todos los entrenamientos de la semana para estar bien.
—Nos han soplado que se ha ganado el cariño del vestuario en poco tiempo... ¿La Tercera División es como se la esperaba?
—Gracias. (Risas). Y sobre la Tercera División, lo que más me ha sorprendido es que es súper pareja. Aunque pueda parecer que el nivel no es muy bueno, lo cierto es que cualquiera puede ganar a cualquiera y ningún equipo se puede confiar por más que vaya de favorito o le saque muchos puntos a su contrario en la tabla clasificatoria. Lo que más me ha llamado la atención es que no hay ningún partido fácil.
—Siendo pequeño, o cuando empezaba, ¿tenía algún referente al que imitaba? ¿Algún ídolo?
—Lo cierto es que siempre cuando vas evolucionando en tu carrera te vas fijando en muchos para ir cogiendo lo mejor de cada uno de ellos, pero si tuviera que escoger a uno, éste sería el golero brasileño Julio César. Se hizo conocido, sobre todo por su paso por el Inter de Milán y ahora, tras varias vueltas, ha regresado a su país, Brasil, para jugar allí. Siempre me encantó y lo tuve en un escalón por encima de los demás.
—Y hablando de porteros brasileños, ¿no le gustaba Rogerio Ceni?
—Hombre, por supuesto. Él marcó un antes y un después y no sólo por los goles que marcaba de falta sino por lo grandísimo portero que fue. Era sencillamente increíble.
—¿Y usted no se anima a patear al arco?
—(Risas). Animarme me puedo animar pero no se si sería muy bueno para nuestro equipo. (Risas).
—¿Es cierto que todos los uruguayos salen con un balón de fútbol del vientre materno?
—(Risas). Pues podría ser. (Risas). Ten en cuenta que aunque somos un país de apenas 3 millones de habitantes das una patada a una piedra y sale un futbolista. Y lo que es mejor, creo que hay uruguayos jugando en todos los equipos de todos los lugares del mundo. (Risas)
—Y a competitividad pocos les ganan...
—Eso es cierto. Hay un dicho que dice que un uruguayo no juega al fútbol compite al fútbol. Y eso es completamente cierto porque en los entrenamientos, casi sin querer, me lo tomo muy en serio.
—Yo he jugado con varios y lo cierto es que siempre quiero uno en mi equipo...
—(Risas). Es cierto. Pocos se quieren cruzar con nosotros.
—¿Tiene alguna manía o costumbre antes de salir a un partido?
—Siempre hay cosas por ahí pero que son secretas. Lo que si puedo decir es que la música me viene muy bien para relajarme y concentrarme.
—¿Y el mate?
—Por supuesto. Lo tomo a todas horas y afortunadamente aquí en Ibiza es mucho más fácil de conseguir que por ejemplo Nueva Zelanda.
PEQUEÑA BIOGRAFÍA
Santiago Fernández Idiart nació en Maldonado (Uruguay) hace 27 años. Es un portero uruguayo que mide 1,83 y que llegó hace algo más de dos meses al CF Sant Rafel gracias a las gestiones de Pablo Rodríguez, miembro de la junta directiva del club rafeler. Anteriormente militó en clubes de su país natal, como el Maldonado, el Boston River o el Cerro Largo y en el Waitakere City Football Club y el Team Taranaki, ambos de la primera división de Nueva Zelanda.
A FONDO
✎ UN LIBRO. El secreto de Rhonda Byrne
✎ UNA PELÍCULA. Troya
✎ UNA SERIE. Juego de Tronos
✎ UN GRUPO. Bob Marley
✎ UN COLOR. Violeta
✎ UN PLATO DE COCINA. Arroz de matanzas
✎ UN DEPORTE. Surf
✎ UN VIAJE QUE NUNCA OLVIDARÁ. Mi estancia en Nueva Zelanda como profesional
✎ UN LUGAR DE LA ISLA DONDE SE PERDERÍA. Cala Compte
✎ UNA MANÍA. Escuchar música antes de un partido
✎ UN DEFECTO. Soy demasiado sincero
✎ UNA VIRTUD. El honor
✎ UN SUEÑO POR CUMPLIR. Jugar al más alto nivel
✎ ALGUIEN A QUIEN ADMIRE. A mi padre
✎ TE HUBIERA ENCANTADO SER... Arquitecto
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