Paquita Torres lleva cuatro años aprendiendo a hacer espardenyes en Sant Rafel pero asegura que todavía le queda mucho por aprender. «Lo más difícil son las suelas porque hace falta mucha fuerza», explica. A pesar del interés de algunos jóvenes alumnos, el ancestral oficio de hacer espardenyes se limita hoy en día a un diminuto grupo de profesionales que se pueden contar con los dedos de una mano. Maestros artesanos que, junto a otros de diferentes disciplinas, se reunieron ayer en la Feria Artesanal de Santa Eulària para demostrar que, aunque son pocos, despiertan el interés del público de la isla que llenaron las calles del Puig de Missa empujados por el buen tiempo.
Sin embargo, el futuro de estos ancestrales oficios se presenta borrascoso. Lo corrobora Nieves Bonet, que lleva catorce años enseñando a coser el calzado tradicional ibicenco y se queja de que, aunque las espardenyes son imprescindibles, siempre han sido un material «de tercera» que no se ha valorado suficientemente. «Cuando me preguntan cuánto cuestan no digo el precio sino las horas que tardo en hacerlas», afirma. Solo montarlas cuesta unas veinte horas, a las que se añade otras veinte para trenzar el esparto.
Sofía Álvarez en cambio cree que el futuro del encaje de bolillos está a salvo. Vestida de payesa de pies a cabeza, esta asturiana explica, mientras sigue haciendo las labores, que lleva medio siglo casada con un ibicenco y más de treinta años viviendo en la isla.
En el interior del pórtico de la iglesia del Puig de Missa, María de Can Gibert sigue hilando lana a sus 84 años tal y como le enseñó su abuela a los seis años de edad en plena postguerra cuando la gente no tenía ropa para vestirse.
María cuenta lo mucho que cuesta tejer unos simples calcetines de lana: «Para hacer unos calcetines necesitas cuatro fusades y cada fusada cuesta cuatro horas. Ni con cien euros cobraría el trabajo». Posiblemente por lo costoso que es, este es uno de los oficios que corre mayor peligro porque, según María, «la gente joven quiere aprender pero al poco tiempo lo dejan».
Unas calles más arriba, Pep Saliner enseña a un grupo de niños el tir amb bassetja: «Hay que mover solo la muñeca y luego abrir la mano de golpe», explica a los niños que no tienen mucha destreza a la hora de lanzar la pelota. «Es la primera vez que tiran pero poco a poco aprenderán», dice Pep optimista.
También es un oficio criar y perpetuar las especies genuinamente ibicencas. En la feria artesanal también encontramos porcs negres, gallinas, conejos y ovejas ibicencas aunque la estrella fue el grupo de perros podencos ibicencos que jugaban entre ellos ajenos a su futuro.
Vicent Marí, criador de esta especie canina, lamentaba que cada día hubiera menos aficionados a la cría de este animal. «La gente prefiere perros pequeños o de guarda como el pitbull», aseguró. Actualmente, quedan unos 500 podencos en toda la isla, muchos menos que hace unos años porque cada día hay menos criadores de esta especie. Un futuro con muchas sombras para este y el resto de oficios tradicionales de las Pitiusas.
Los guardianes de las esencias ibicencas despliegan su arte
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