«Tenía mucho dolor al respirar», cuenta el propio Alejandro, que ingresó en el hospital con una fuerte pulmonía. Llevaba más de 14 horas sentado en un banco sin poderse levantar e incluso se había hecho encima sus necesidades. Según cuentan las personas que acuden a visitarle a diario al hospital, hasta ese momento sólo le habían ofrecido ropa y alimentos, pero nadie había tomado la iniciativa de llevarle a un centro sanitario.
La vida en la calle
Alejandro llegó hace cuatro años a Ibiza y trabajó durante un tiempo en una perrera porque en Rumanía trabajaba de veterinario. Tras perder el empleo, acabó en la calle y durante estos años ha subsistido con la limosna que le daban en Isidor Macabich, la zona en la que normalmente se encontraba. Alejandro solía rodearse de muchos supuestos amigos porque compraba bebidas con el dinero de las limosnas. Sin embargo, cuando enfermó la gente que le rodeaba desapareció. «Cuando el vaso se acabó, se acabaron también los amigos y se quedó completamente solo», cuenta una de las personas que le ayudan actualmente.
Ahora, Alejandro dice estar dispuesto a dejar atrás sus problemas con el alcohol y está decidido a recuperarse. Por eso, pide una plaza en una residencia pública de la isla para recibir los cuidados que todavía necesita a causa de la pulmonía y por la movilidad reducida que presenta en uno de sus brazos.
Una vez ingresado en la residencia, podría poner toda su documentación en regla, lo que le permitiría pedir las ayudas económicas que se otorgan por reinserción social y por invalidez.
En el caso de que no le den plaza en una residencia, Alejandro está dispuesto a ingresar en Alcohólicos Anónimos de Sant Antoni, donde necesariamente tiene que acudir de manera voluntaria y poder moverse solo para que le admitan.
En el caso de que no consiguiera ninguna de estas dos opciones, hay una familia que se ha ofrecido a través del grupo de Facebook La voz de los que nadie quiere escuchar para acogerlo en su propio domicilio de manera temporal. «Si lo ponemos ahora en la calle no hacemos nada. Se quedará unos días en la puerta del hospital y luego volverá al alcohol», afirma una de las personas que le acompañan.
Alejandro nos despide con su sonrisa habitual después de lanzar un deseo esperanzador para su futuro más inmediato: «Llevo dos semanas sin beber y no tengo necesidad. Creo que me voy a poner bien, tengo que pensar en positivo».
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