Las seis semanas que Rafael Alberti pasó en Eivissa con su primera mujer, María Teresa León, en el verano de 1936 han dejado huella en la isla. No solo por la calle que, según el callejero, lleva su nombre. Un camino de tierra y piedras sin placa que lo identifique y que une dos molinos, el d'en Pep Joan y el d'en Toni Joan en lo alto de Puig des Molins, el barrio de Vila donde se instaló el poeta y su entonces amante a su llegada a la isla, el 28 de junio de 1936.
Alberti vino a Eivissa con la intención de escribir una obra de teatro pero, después de dos semanas de vacaciones, se enteró de que había empezado la Guerra Civil mientras escuchaba la radio en el puerto de Vila, sentado en la terraza del bar La Estrella. En aquel momento, el poeta ya era un activista y, en pocos días, consiguió tejer una serie de contactos que le protegieron y le permitieron sobrevivir al estallido de la guerra. Famosa es la tupida higuera de Puig des Molins que salvó la vida a Alberti y María Teresa León. Entre sus ramas se escondieron de la visita de la Guardia Civil, que llegó con la intención de detenerlos. Tras este sobresalto, decidieron trasladarse a la cueva de la Platja d'en Bossa donde la pareja, a pesar de la guerra, vivió una de las experiencias más maravillosas de sus vidas. Famoso fue también el incidente que Alberti y María Teresa vivieron esos días en Vila. La pareja consiguió salvar de la quema imágenes y objetos religiosos de la Catedral de un gran valor histórico.
Alberti y su mujer consiguieron salir de la isla el 11 de agosto de 1936. Después de un intento frustrado de fuga a Denia en una barca de un pescador, llegaron a Alicante en un barco de guerra que zarpó de Pou des Lleó.
La vinculación del poeta universal con Eivissa no acabó ese verano. En 1987, 51 años después de ese importante capítulo de su vida, Alberti regresó a la isla para dar dos recitales de poesía. Durante su estancia, el también poeta Julio Herranz fue, como le bautizó Alberti, su «secretario» en ese nostálgico viaje al pasado en el que recorrió los lugares donde vivió medio siglo antes con su amante, quien por aquel entonces ya estaba gravemente enferma. Herranz cuenta que Alberti recordó las personas y los sitios que vio y donde fue feliz. El mar, los islotes, los callejones de Dalt Vila, los pescadores... Cuarenta días de unas extrañas vacaciones en el que el amor se impuso a la guerra, rodeados de un halo de romanticismo que ya forman parte de la historia de la isla.
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