¿Qué ha ocurrido en las últimas décadas para que un barrio familiar poblado por ibicencos se haya convertido en una favela con dificultades para imponer la ley?
Hasta principios del siglo XX, sa Penya fue residencia de marineros y pescadores y de payeses que se trasladaron a vivir a la ciudad. En los años 30 del siglo pasado llegaron los primeros extranjeros y fue a partir de los 70 cuando comenzó el envejecimiento de la población y el deterioro de las viviendas. El turismo hizo aumentar el poder adquisitivo de los ibicencos, que cambiaron las estrechas casas de sa Penya, que no tenían agua corriente ni cuarto de baño, por apartamentos más amplios del Eixample.
Según explica la geógrafa Rosa Vallès en el libro Sa Penya, fue a partir de ese momento cuando «una oleada de inmigrantes de bajos recursos y costumbres diferentes empezó a ocupar las viviendas libres», lo que aceleró la salida de los últimos residentes ibicencos.
Lina Torres es una de ellas. Nació en el barrio y lo abandonó cuando se casó a los 21 años. Lina cree que la situación actual del barrio es fruto de un «error colectivo» de los actuales vecinos, de las instituciones pero también de los antiguos pobladores. «Los ibicencos vendimos nuestras casas porque no teníamos visión de futuro. En lugar de unirlas para hacer viviendas más grandes, nos fuimos a otras zonas», explica. Lina vivía en la calle Alta, «la calle de las casas buenas» en su momento y que ahora se ha convertido en una de las más peligrosas. En el pasado, la vida en el barrio transcurría en la calle. «Unos cosían en la calle, otros escuchaban la radio. La gente se ayudaba mucho e incluso en verano dormíamos con las puertas abiertas, algo impensable ahora», cuenta.
Lina Torres reconoce que hace años que no pisa el barrio porque le da mucha pena ver la situación en la que se encuentra. Antiguamente, recuerda, los vecinos mantenían las calles y las fachadas impecablemente limpias y blancas.
Aún así, no cree que la solución sea echar a los gitanos que ocupan las viviendas del barrio siempre que «respeten las normas y mantengan las calles limpias». Lina critica que sa Penya sea la gran olvidada y que todo el dinero se destine a Dalt Vila. «¡Mirad abajo!», exclama en referencia a los políticos de la isla. «El barrio de compone de 6 o 7 calles y solo una o dos son verdaderamente conflictivas. Tampoco tiene que ser tan difícil», señala.
La misma opinión comparte una de las vecinas actuales de sa Penya, una holandesa que no quiere que su nombre se publique por temor a sus vecinos. Para ella, el gran problema aquí es la basura y el mal estado en el que se encuentran las calles.
Asegura que este mismo verano muchas viviendas de sa Penya no tuvieron durante meses agua durante todo el día y se queja de que el camión de la basura solo pase una vez a la semana y que muchos contenedores estén inservibles.
«Compré hace 21 años mi casa porque pensaba que el barrio iba a cambiar pero, a pesar de las promesas, todo sigue igual. La Policía está pero no hace nada», explica. Su día a día desde entonces transcurre entre insultos de sus vecinos. Los últimos que recibió fue los de un drogadicto que se estaba inyectando en plena calle al que pidió que dejara de hacerlo cuando caminaba con su nieto de 4 años hace tan solo unos días.
Compara el estado de sa Penya con la de otros barrios situados junto al puerto de diferentes ciudades mediterráneas que están «limpios y perfectos». «Aquí encontramos favelas a los pies de una zona que es Patrimonio de la Humanidad».
A pesar de eso, tanto la holandesa como la ibicencia no creen que todo sea negativo. «También hay gente buena. El problema es la educación que han recibido». Según dicen, la solución «no es que se vaya nadie», sino que el ayuntamiento «haga cumplir la ley y les obliguen a no tirar la basura en la calle». Lina Torres sentencia: «Querer es poder y si las instituciones verdaderamente quieren podremos volver a tener algún día un barrio precioso».
LA NOTA
El futuro de sa Penya, en los tribunales
El TSJB estimó parcialmente el pasado octubre el recurso presentado por el Ayuntamiento de Vila para desalojar unas 40 viviendas ocupadas ilegalmente. Aunque la decisión retrasa las actuaciones previstas en el barrio, es un primer paso para que el consistorio pueda rehabilitar el barrio reformando las viviendas más degradadas para destinarlas después a alquiler social.
4 comentarios
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Lo de la Paña, no tiene nombre, vas por cualquier Pais civilizado de este mundo, y la zona antigua es la mas cuidad y la mas dinánima. Aqui por contra, es la mas descuidada, sucia y menos dinamica. tan dificil es que las administracines y nuestros politicos se pongan de acuerdo para dinamizar ese barrio, creo que no estan dificil,solo hace falta coger ejemplos de fuera, y ver como lo han hecho: introduciendo comercia, la actual Peixeteria, seria un lugar ideal para poner diferentes mercadillos ( navidad) feria d'art... mercado delicatesse como han hecho en algunos lugares de España, mercado de San Miguel, en Madrid, y otros en Barcelona..., llenar las calles de barecitos donde hagan tapas de productos tipicos locales... y por supuesto, hacer cumplir las ordenanzas y echar a todas aquellas personas que viven de manera ilegal. Luego, donar las viviendas a alquiler social, pues depende, porque si han de volver a ocuparlas los mismo de ahora pero con el amparado administrativo, pues mejor que no, casi que las saquen a la venta, porque entonces volveremos a lo mismo.
El problema de ese barrio viene de la mano de un colectivo que importo un cura, un colectivo que ni es limpio, ni es trabajador, ni es educado, ni respeta la ley, no esta interesado en respetarla, pasa del resto, se ha instalado en la marginalidad en la que se encuentra como pez en el agua, colectivo que es incapaz y no quiere vivir en sociedad con normas comunes. Lo demas son chorradas y lo real es constatar que " no da su nombre " por miedo a sus vecinos... que tiene narices.
sa penya no es pot convertir en una favela. solucions per sa penya. autoritats municipals de vila han de trobar una solució. no es pot degradar un barri amb encant com sa penya.
A parte de sus espléndidas murallas renacentistas, con las torretas de vigilancia de los baluartes de San Juan y Santa Lucía restauradas como una bofetada al legado patrimonial y un delito arquitectónico, Dalt Vila nunca ha merecido ser Patrimonio de la Humanidad, ni por su arquitectura ni por el cuidado de su entorno urbanístico; fue una decisión de influencia política, que nos benefició y no hemos sabido corresponder ni ponerla en valor hasta fa lecha. La precariedad económica de las instituciones frente a las propiedades ruinosas y abandonadas eternizan esta desoladora y decadente realidad, que hasta llegó al escándalo convirtiendo el baluarte de Santa Lucia en discoteca. Hoy, la transformación de las casas es tarea millonaria a la que pocos pueden y se atreven; otros que lo hicieron lloran su frustración y venden su propiedad cansados de esperar a que LA HIGIENE, EL ORDEN. LA VIGILANCIA justifiquen su inversión. Hasta el Parador del Castillo, cuestión de honor para nuestros políticos, agoniza a su suerte por falta de mantenimiento.