—¿Qué le apasionó de la historia? ¿Qué le motivó a querer conocerla y a darla a conocer?
—Me apasionó que fuese una historia olvidada en España. Es una proeza que, de haberse realizado en Estados Unidos o Inglaterra, habría series de televisión, películas o libros. Pero aquí en España, como la expedición salió y luego prácticamente se derrumbó el imperio, no se pudo capitalizar el éxito de esta expedición, que fue enorme. No sólo por el hecho de que 22 niños gallegos llevasen en vivo la vacuna de la viruela a América sino porque el doctor alicantino Javier Balmis y el médico catalán José Salvany, crearon el protocolo para vacunar masivamente a la gente, lo que fue el principio del fin de la viruela, hoy por hoy, la única enfermedad erradicada.
—Pero la vacuna la inventaron los ingleses...
—Una cosa es inventar la vacuna, que lo hicieron los ingleses, y otra, aplicarla. Fueron los españoles quienes lo hicieron en una expedición que fue descabellada: con 22 niños huérfanos, una mujer excepcional, Isabel Zendal, que se ocupaba de los niños, y los dos médicos geniales. Todos ellos, embarcaron impregnados del ideal de la Ilustración, de que era bueno hacer algo para la Humanidad, y su proeza, redundó en el beneficio de todos.
—¿Y porque no tuvo el reconocimiento que se merecían?
—Es increíble es que casi no haya una plaza, calle o parque con el nombre de estos héroes, que arriesgaron su vida y se entregaron a la vacunación. Estas vacunas han salvado 1.500 millones de vidas. Sólo hay una plaza en Alicante dedicada a Balmis, y un monumento a los niños en Coruña, donde cada columna lleva el nombre de un niño.
—Entiendo que la expedición estuviese encabezada por dos médicos, pero, ¿porqué los niños y la mujer?
—Los niños fue una idea genial. Era la única manera de llevar en vivo el suero de la vacuna de la viruela, que viene de la vacuna de las vacas. Se descubrió que era inocua y se aplicó en ellos. Se hicieron muchas investigaciones y confirmaron la tesis del inglés Jenner y así, se popularizó la vacuna. Hubo mucha gente en contra, porque era la primera vez que se mezclaron fluidos animales y humanos. Los religiosos decían que iba en contra de la ley de Dios y ley natural.
—¿Cómo la transportaron?
—Para poder llevarla, como no podían transportar vacas enfermas pero necesitaban el suero de la que estaba mala, decidieron vacunar a niños para que a los 9 o 10 días les salieran unos granitos. De allí se sacaba la linfa vacunífera y se pasaba a otro pequeño para ganar dos semanas, el tiempo que tardarían en cruzar el Atlántico. Por eso lo pasaban de brazo a brazo.
Otros 26 niños mejicanos hicieron lo propio para cruzar el Pacifico. Lo increíble es que en aquella época no murió ninguno, cuando lo normal era que el 10% de pasaje transoceánico muriese. La mujer, Isabel Zendal, la única a bordo, se ocupó de los 22, siete de ellos de sólo tres años.
—Al tratarse de una historia real datada en 1803, ¿fue fácil la investigación?
—No. Fue complicada. Había poca documentación personal, aunque si oficial. Estuve un fin de semana con los herederos de Isabel Zendal, que viven aún en La Aldea, en A Coruña, investigué en archivos de España y del extranjero, como en México, donde acaba la historia. Precisamente el final lo escribí en Eivissa, donde acabo todos mis libros, en mi casa de Sant Agustí y donde más me gusta escribir.
—¿En qué medida A flor de piel es una novela de ficción o histórica?
—Todo lo que es la expedición es realidad. La ficción se encuentra en los diálogos, pero siempre todo basado en documentación. Es una historia novelada, que es distinto a una novela histórica. No hay personajes inventados, que no hayan existido, para eso he hecho esta larga investigación.
—De todas las personas de la expedición sólo vuelve el doctor Balmis. ¿Qué pasa con los demás?
—Entonces te cuento el final del libro...(risas). Isabel Zendal se queda en México y Salvany murió en Cochabamba (Bolivia). Algo que me ha dado mucha alegría es ver como, el pasado 27 de octubre, la embajada de España en Bolivia, el ayuntamiento y el obispado, pusieron una placa en el catedral donde fue enterrado Salvany, que había caído en el olvido.
—¿Gracias a su libro?
—No lo sé. El caso es que se han concienciado las autoridades locales, y le han puesto una placa, la primera en su nombre.
—¿Y en España?
—Espero que dentro de poco haya también una, porque fue un auténtico héroe que dio su vida por vacunar. Espero que haya más reconocimientos. Es una historia que se rescata del olvido y es injusto que estos héroes no tengan un reconocimiento.
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