No me gusta el sufrimiento, en todas sus manifestaciones. Aborrezco la crueldad, la falta de humanidad y las cabezas de avestruz que obvian lo que les dictan su cerebro y corazón ante escenas horrendas que no pueden borrarse de nuestra mente por mucho que apretemos fuerte los ojos. Nos rodea el dolor, las desigualdades y las injusticias y Facebook ha escuchado nuestras plegarias permitiéndonos castigar con un dedo rojo aquello que deploramos. No sabemos cómo será ese incisivo gesto, ni si su asimilación en nuestras vidas será tan sencilla como la del nuevo logotipo de Google, tan impecablemente dibujado que en una sola semana ya no recordamos cómo era antes. La pretensión de la red social del pueblo es que este nuevo botón sirva para describir estados de ánimo ante noticias negativas como el fallecimiento de una persona querida o un atentado terrorista. En ningún caso amenazará las ya codiciadas páginas de empresas que cuentan cada día más en el marketing de pequeños y grandes, por la cuenta que les trae, puesto que supondría una debacle para este rentable negocio, que no le interesa a nadie.

La plaza de abastos en la que se ha convertido este canal de comunicación que une a amigos que hace años que no se ven, tipifica como tales a desconocidos y separa a parejas que chatean con antiguos o nuevos amores, evoluciona cada mes sin remedio. La inocencia de los albores de una herramienta sin más pretensiones que servir de catapulta para ligues y compañeros de universidad cotiza hoy en bolsa, factura millones de euros al día y se estudia en universidades de todo el mundo.

Nuevo idioma

Los periodistas hemos tenido que aprender a hablar un nuevo idioma más allá de las crónicas, noticias y reportajes para buscar trabajo en la caja lista, tras la decadencia de la tonta y de otros medios que tras la crisis no han sabido volver a ocupar su lugar en la privilegiada atalaya de la libertad y de la información. Hoy cualquiera puede hacer una fotografía o un vídeo con un teléfono, escribir en un blog y difundir su visión del mundo sin importar sus conocimientos, culturales y gramaticales, y con el poco respeto que aporta la atrevida ignorancia. Ahora solo falta que se aplique un paso más y que, como en las oposiciones, la correcta ortografía, gramática, estilo, sintaxis y mimo en la escritura se premien y puntúen extra, como lo hacen ya los principales buscadores de Internet, con el fin de posicionar mejor a los que sabemos un poquito de esto de juntar letras.

Refugiado

No me gusta que una reportera empuje a un refugiado, ni que un niño muera ahogado, ni tampoco que el fanatismo provoque éxodos tan horrendos y anacrónicos como los que nos narran cada día los informativos. No me gusta que me enseñen fotos de gente con tumores ni que me amenacen con diez años de mala suerte si no comparto un conato de oración cuajado de faltas. No me gusta que la gente sea ordinaria en cualquiera de sus expresiones y se piense que Facebook es un wáter donde vomitar sus frustraciones.

Pero entre tantas cosas que no me gustan, ya tengo pensado que mi primer dedo rojo irá destinado al impuesto turístico que el Govern Balear prevé implantar a partir de 2016 a turistas, como es obvio y su propio nombre indica, y también para nuestra sorpresa, a residentes para «no discriminarnos». Todo un detalle por parte del conseller de Turismo, Biel Barceló, quien ha dicho que el impuesto no prevé excluir a los que ya pagamos uno de los Impuestos de Bienes Inmuebles más altos de España, así como de basuras, de circulación, y de luz y agua, implícitos en facturas que ya vienen con 40 euritos fijos cada una cargaditos para las arcas de la máxima institución balear. No quiero olvidar lo que nos cuesta la doble y triple insularidad en nuestra lista de la compra diaria. Eso sí, no teman porque parece que aquí se queda la cosa para los que no llegamos ni de asomo a los 60.000 euros al año, ya que nosotros no sufriremos más incrementos de esa hacienda pública a la que damos mucho y recibimos poco.

Así que ya saben, si no pueden salir de vacaciones de nuestra isla, porque entre el precio de los vuelos y las 14 horas al día de trabajo se les hace cuesta arriba, y para desconectar tienen la atrevida idea de descansar un fin de semana en uno de nuestros maravilloso hoteles o agroturismos, sepan que abonarán como si fuesen forasters uno o dos euros por día de estancia. Si al menos supiésemos que ese importe se destinará a mejoras en nuestras redes pluviales, emisarios, depuradoras, desaladoras, carreteras, calles o aunque sea a nuestros museos y bibliotecas, nos dolería menos esta insolencia, porque la sensación en Ibiza es que al final los mallorquines nos sacan demasiados duros que no vuelven y que no sabemos dónde van. Por cierto, el emisario de Talamanca bien gracias… en esencia No me gusta.