Carlos Martorell sentado ayer por la mañana en la puerta de su casa de Dalt Vila. | Toni Escobar

Carlos Martorell es uno de los nombres más importantes en la historia reciente de Eivissa. No en vano, la figura de esta barcelonés, hijo de una eminencia mundial en el campo de la medicina, su padre fue el Presidente Mundial de la Sociedad de Cirugía Cardiovascular, está intimamente ligada al mundo de las relaciones públicas en la isla durante las últimas cuatro décadas. Durante mucho tiempo no había discoteca, club, restaurante o marca comercial de primer nivel que no contara con sus contactos para organizar fiestas o inauguraciones. Sin embargo, Martorell, que estudió cuatro años la carrera de abogado, «por imposición paterna», es mucho más. Profesionalmente polifacético, además de ser uno de los relaciones públicas más reconocidos del mundo, es periodista, autor de dos novelas, Réquiem por Peter Pan y La memoria enjaulada, y ha trabajado como asesor para moda, publicidad, reportajes de socieadad y decoración de casas y reportajes. Y ahora, cincuenta años después de su primer contacto con Eivissa mientras es autor de dos exitosos blogs con más de un millón de visitas, elobservadorsolitario.blogspot.com y elmundodecarlosmartorell en el blog de la revista ‘Hola', se ha convertido en una de las personas más comprometidas y luchadoras por la convervación del patrimonio de Eivissa.

—Cincuenta años de su primer contacto con la isla. ¿Cuándo fue?

—Recuerdo que fue en 1965 durante una Semana Santa. Yo era un adolescente, pero encontré con una Eivissa virgen que me enamoró de un flechazo. Tal es así que dos años después me compré una parcela aquí por muy poco dinero.

—Eso fue en 1967. ¿Ese año fue su primer contacto, digamos profesional, con la isla?

—Sí. Como acabé aquí es una historia algo más larga. En 1967 mientras yo estudiaba en Barcelona estaba bastante metido en la discoteca Bocaccio, considerada como la mejor de España en aquel momento porque iba la élite de la izquierda intelectual de la época. Entonces, su dueño Oriol Regás, me pidió que le ayudase a organizar un avión privado para invitar a 125 exclusivos clientes a pasar tres días a Eivissa y Formentera. Fue un desfase total, con barra libre en la parte de atrás del avión y con el capitán insultándonos, pero el resultado fue increíble.

—¿Consiguió colocar a Eivissa en los medios de comunicación?

—Realmente sí. Por primera vez la gente escuchaba que existía una isla maravillosa, virgen y donde se podía disfrutar de cosas que no se encontraban en la gran ciudad.

—¿Aquel viaje marcó su vida?

—Por supuesto. Decidí que abandonaría mi carrera de abogado y me vendría a Eivissa a buscarme la vida.

—No le resultaría fácil...

—No. Abandoné la vida de lujo y comodidad de una familia de la alta burguesía barcelonesa para escaparme a Eivissa con una mano delante y otra detrás. Aún me acuerdo de cuando se lo dije a mi padre y muy serio e indignado me contestó «ningún hijo mío trabajará para musicantes». Tenga en cuenta que en aquella época no existía la palabra ni la figura del relaciones públicas.

—Y al llegar a la isla, ¿qué se encontró?

—Una isla virgen, con gente guapa, con gente de campo maravillosa y acogedora. Eso sí, fue un cambio tremendo ya que estamos hablando del año 1968 cuando Eivissa estaba casi sin desarrollar. Por ejemplo, los hippies que habían venido de sus países se daban los recados escribiendo en libretas que había colgadas de las puertas de las casas de campo.

—Cuando llegó, ¿dónde se instaló?

—Primero me alquilé un apartamento, después compartí casa de campo en Sant Jordi con Juan Carlos Herrera y su pareja María y luego finalmente me compré una casa en Dalt Vila, que es la que vivo actualmente. Sin embargo no me fue fácil. La fui comprando poco a poco porque, por ejemplo, cuando llegué en la parte de abajo vivía una familia de gitanos muy problemática.

—¿Y cómo llegó a ser el relaciones públicas conocido mundialmente que es ahora?

—A base de esfuerzo principalmente. Cuando yo llegué a la isla mi vehículo era un caballo y ganaba algo de dinero buscando terrenos y casas que se vendieran consiguiendo algo de comisión, hasta que durante un viaje a Nueva York, un cúmulo de casualidades me llevó a conocer a lo más granado de la sociedad de la época como Andy Warhol, Bianca Jagger, Paloma Picasso, Óscar de la Renta o Grace Jones. Eso me permitió hacer contactos y trabajar durante un tiempo de periodista fotografiándoles y entrevistándoles para medios españoles.

—Y mientras en Eivissa cada vez se hacía más conocido...

—Sí, fueron muy buenos años porque entre otras cosas el hablar cinco idiomas me abrió muchas puertas.

—¿Es cierto que usted le enseñó la isla por primera vez a Ricardo Urgell?

—Correcto. Fue en el año 1968 y quedó tan enamorado que decidió poner en marcha un negocio. Finalmente en 1973 le ayudé a poner en marcha Pacha. Pero no fue la única apertura que organicé. Me acuerdo por ejemplo de Amnesia, Naïf, que duró nada abierta y que era como un Km5 pero con más jardín, Charly Max o El Divino.

—Los que vivieron aquellos tiempos recuerdan especialmente la inauguración de Ku, lo que ahora es Privilege.

—Realmente fue muy sonada. Lástima que no hubiera tantos medios como ahora para que quedara reflejada.

—¿Pero qué hicieron?

—Adelantarnos casi cuarenta años. Fue en 1978 y como yo había soñado que la isla se llenaba de barcos y suciedad quise recrearlo en una fiesta de apertura que llamé Funeral por el Mediterráneo. Para ello llené la piscina del Ku de plásticos, pinté un pedaló de negro y plumas, me vestí con un traje de Cardenal Richelieu que pertenecía a Plácido Domingo y que me habían prestado en el Liceo de Barcelona y obligué a todos los asistentes a vestir de religiosos o de funeral. Y todo ello con una performance increíble en la que, bajo la música del Requiem de Mozart, dos frailes llevaban sobre sus hombros una sirena, que era la sobrina de un conocido político catalán, y yo, acompañado de otra mujer, daba pedales en la piscina. Increíble.

—A lo largo de su vida ha conocido a prácticamente medio mundo. Muchos pasaron por su casa de Sant Carles...

—Cierto. Durante 35 años alquilé una casa de campo, sin agua corriente ni electricidad, en San Carlos, que pertenecía al matrimonio Colomar. Allí pasaba los veranos y organizaba cenas muy divertidas con todo tipo de personajes a la luz de las velas y eso que, por ejemplo, tuve que inventar un sistema para lavar platos, la nevera era de butano y la ducha, colgante de safari.

—¿Tan célebre fue su casa?

—Bueno es que en el enorme sofá, hecho con tres colchones de matrimonio, se tumbaron hippies, altezas reales, artistas mundialmente famosos, intelectuales, top models y empresarios. Creo que puedo decir que en aquella casa payesa, que transformé completamente, he vivido los mejores momentos de mi vida.

—¿Siente nostalgia de aquellos tiempos?

—En parte sí. Eran otros tiempos. Ahora todo ha cambiado mucho.

—¿También ha cambiado el mundo del papel couché?

—Yo he traído muchos rostros conocidos a la isla, muchos a la fiesta Flower Power VIP en Pacha que organizo desde hace quince años y que fue idea de Piti Urgell, pero ahora todo es distinto. Mientras nosotros apostamos por los miembros de las buenas casas de Eivissa y de media Europa ahora los famosos que acuden a estas fiestas en el resto de España son futbolistas, personajes salidos de programas de televisión o simplemente alguien que ha echado un polvo con algún famoso. Además, el photocall también ha hecho mucho daño.

—¿Por qué?

—Yo lo llamó el paredón. Hubo un tiempo, cuando organizaba grandes fiestas para marcas importantísimas en Madrid o Barcelona donde se alquilaban palacetes o grandes fincas de lo único que se hablaba era de la marca organizadora. Ahora todo eso ha cambiado y los periodistas solo quieren preguntar a los invitados sobre sus últimos polvos o aventuras amorosas en un lugar donde se les pueda fotografiar con mil marcas detrás.

—También ha cambiado mucho la isla. Usted es muy reivindicativo. ¿Tan mal estamos?

—Estamos dentro de una burbuja insostenible. Hay muchos que se preguntan cuánto va a durar y se temen que podamos morir de éxito. De hecho creo que la UNESCO está rifando una patada en el culo y Eivissa tiene todas las papeletas para que seamos los afortunados. Pero creo que aún hay posibilidad de cambio. Si me pusieran de autoridad cambiaría muchas cosas en cinco minutos.

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo la música. No es normal que a cada metro tengamos un dj. Si vas a cenar, un dj no te deja hablar; si vas a comprar, de fondo a todo volúmen, otro dj pinchando; si te vas a una playa tienes que aguantar al del barco con más ‘chunda chunda'... ¡hasta en los gimnasios hay djs! No quiero que se ofenda nadie, pero siento nostalgia por los músicos que sabían lo que era un instrumento musical y no se limitaban a juntar pistas en un ordenador.

—¿Vivir en Dalt Vila también es complicado actualmente?

—Por supuesto. Lo de los conciertos en el baluarte es un infierno. No sufrimos música, sino que es como una obra con un ruido infernal taladrando las paredes y haciendo temblar los cristales. Y eso por no hablar de los problemas de aparcamiento. Día sí y día no nos quitan plazas porque son necesarias para descargar, para poner un mercado o para una procesión y mientras, nosotros, tenemos que aparcar muy lejos y pagar la zona azul para evitar las multas. Creo que tenemos un serio problema de aparcamiento.

—Escuchándole, ¿se considera un superviviente?

—Sí, pero porque no he dejado nunca de vivir aquí. Los que regresaron después de quince años salen corriendo y en cambio al turista le encanta la isla porque puede hacer lo que quiera. Se imagina un sueco saltándose en su país un semáforo o tirando un papel en el suelo. El problema es que damos la imagen de un lugar sin leyes donde todo está permitido.

—¿Entonces le gusta Eivissa?

—Claro. Yo suelo decir que hace cincuenta años me casé con una chica de 18 años que, a pesar de que se ha vuelto gorda, antipática, drogata y alcohólica, me robó tanto el corazón que no puedo dejarla.