Ainhoa Arteta pisó el escenario montado en la sede de la UIB en una noche húmeda. Vestía elegante y llevaba una faringitis a cuestas (de la que la inmensa mayoría de espectadores no nos hubiéramos percatado si ella misma no lo hubiera confesado al final del concierto). Inauguraba el Festival Nits de Tànit y arrancó el recital, ante unas 500 personas, con temas ‘modernos', de los brasileños Ovalle y Lacerda; de Jaime León, chileno; del italiano Cilea... y de ahí a uno de los grandes, para interpretar, para delectación del respetable, a Puccini: el Intermezzo de Manon Lescaut y el aria Vissi d'arte, incluida en Tosca.
Tras la pausa, un catálogo español, con el que la artista parecía disfrutar, divertirse. Reivindicó, cantó y bailó con gracia piezas de Granados (La maja de Goya, por ejemplo), Obradors o Sorozábal y así se llevó al público, que no parecía tener prisa a pesar de que ya rondaba la medianoche, hasta la zarzuelera Canción de la Paloma, de El barberillo de Lavapiés. Luego vinieron los bises: ‘La habanera' de Carmen -la ópera que le inoculó, gracias a su padre, el virus de la lírica- y La tarántula , en ambas se gustó, sacó su vis cómica y arrancó la sonrisa del público, que la despidió puesto en pie deseando, como ella, que no vuelvan a pasar 15 años.
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