—¿Le ha cambiado mucho la vida después de haber vendido el boleto premiado del Cupón del Fin de Semana de la ONCE?
—(Risas). Sinceramente no. Sigo igual que siempre. Con mi pequeño carro por la mañana en la puerta del Eroski de la calle Obispo Abad y Lasierra y por las tardes en el punto de venta que comparto en el número 42.
—¿Cómo recuerda aquel día?
—Realmente fue un día más. Fue este domingo, un cliente se me acercó y me pidió un número. Como no tenía ninguno preferido decidió dejar que lo sacara la máquina al azar y fíjate tú, cuando menos te lo esperas, la vida te da una sorpresa.
—¿Ha podido hablar con el premiado?
—No, aún no. Pero si le veo le daría un abrazo. Un premio así no se consigue todos los días. Te cambia la vida a poco que lo inviertas bien.
—¿Es la primera vez que da un premio?
—Sí. Llevo trabajando como vendedor de la ONCE desde septiembre de 2011 y hasta ahora no había sido tan afortunado. Ojalá que ahora esto sea un no parar y que sigamos repartiendo premios aunque sean pequeñitos. No hay nada más satisfactorio para un vendedor de la ONCE que dar un premio.
—¿La suerte es de quien la busca?
—(Risas). La suerte es arbitraria. Está claro que si no compras nunca te toca, pero también soy de los que pienso que si no crees en ella nunca la tendrás de tu lado. Hay que hacer méritos, como todo en esta vida, pero sin pisar a los demás. Se puede llegar lejos pero siendo tranquilo y sin ser agresivo.
—Le veo como reparte caramelos y sonrisas y me pregunto... ¿siendo amable todo es más fácil?
—Por supuesto. Dar las gracias siempre trae buenas consecuencias. Ser amable hace más fácil la vida a los demás y a ti mismo también.
—¿Y el optimismo? Porque usted lo desborda...
—(Risas) Soy un firme defensor de que el optimismo lo es todo. Yo siempre vengo a trabajar con buen rollo. Lamentarse sólo sirve para que pasemos un mal rato. Yo tengo el síndrome de Guillain Barré y de vez en cuando tengo parálisis en los brazos y en las piernas, pero qué le voy a hacer, yo me traigo mi silla, me levanto, me siento, estiro las piernas, sonrío, doy los buenos días, regalo un caramelo... es la mejor terapia para no venirse abajo.
—¿Por eso es tan querido en la zona?
—(Risas). No sé si es por eso. Lo que sí que sé es que desde que saludo a todo aquel que entra al supermercado he conseguido que, gente que antes agachaba la cabeza cuando pasaba a mi lado, ahora me sonría y me pregunte qué tal me va la vida. No sé si seré querido, lo que sé es que intento que la gente tenga un buen día.
—No me diga entonces que no es un ejemplo. Escuchándole, muchos tendrían que aprender de su forma de ver la vida...
—De ejemplo nada. Simplemente es una forma de afrontar lo que tenemos cada uno.
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