Además, el trull, la estancia de la vivienda donde se realizó el aceite, es digna de un museo, con utensilios de labranza colgados de las paredes y con una enorme jàssera, elaborada con un pino del torrente que hay junto a las bodegas de Can Rich, y que luce grabado, de forma orgullosa, la fecha en la que se produjo la última reforma de la vivienda, el año 1892.
Junto a sa jàssera, y al fondo de la estancia, casi escondida, destaca su paramola, donde los dos Bartomeu, padre e hijo, depositaron las aceitunas para que su caballo Llam comenzara a machacarlas dando vueltas con un paso tranquilo y relajado sobre un suelo de paja y totalmente ajeno a los flashes de los teléfonos móviles que le fotografíaban.
Poco a poco, su trabajo dió fruto y comenzó a crearse una pasta que los dueños de la vivienda fueron colocando en els cofins, unas cestas de esparto que se van superponiendo una encima de otra con la abertura hacia arriba hasta que la última llega a golpear contra sa jàssera, que con la presión de sus 9 metros de largo y 4.000 kilos de peso, creó el aceite que se va deslizando hasta dos cisternas llenas de agua, comunicadas por la parte inferior y que se utilizan para separarlas definitivamente.
Dichas cisternas reciben el nombre de cel e infern. En la primera, el aceite que se desliza desde els cofins se junta con el agua y la porquería, quedando éste siempre arriba debido a su densidad, mientras que al infern llega el resto, que se acaba vaciando por su desagüe. Y ese aceite que se produce, según Bartomeu Costa hijo, ya se podría consumir, aunque tal vez el resultado, de momento, sólo sea apto para valientes.
Niños encantados
Todo este proceso se llevó a cabo bajo la atenta mirada de una veintena de niños y adolescentes que, en su gran mayoría asistían por primera vez a una festa de s'oli. «Es una iniciativa muy bonita y además muy educativa porque así nuestros hijos, que son el futuro, aprenden en primera persona algo más sobre las tradiciones de la isla donde han nacido y cómo se hacen las cosas que luego comen», explicó Fina, la madre de Pere y Romeu, dos pequeños de 5 y 7 años.
Tal vez por ello, la fiesta se lleva desarrollando desde hace nueve años de forma ininterrumpida coincidiendo siempre con las fiestas de Forada. «En 1892, como ha quedado grabado en sa jàssera se llevó a cabo la última reforma de la vivienda quedando igual que está ahora, pero nuestra familia, que siempre hemos sido unos firmes defensores de todas las tradiciones ibicencas incluso cuando no estaba bien visto ser payés, decidimos volver a poner en marcha es trull en 1992, coincidiendo con el centenario de la rehabilitación», aseguró Catalina Prats, conocida como no podía ser de otra manera como Catalina de Sa Plana.
Y ahora, gracias a toda esta familia y otras más de Eivissa que siguen manteniendo sus trulls, muchos niños como Pere y Romeu, se marcharon a casa tras haber aprendido que el aceite de oliva que cosumen no nace directamente de la botella de plástico de un supermercado.
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