«¿Es que hay alguien a quien no le haya cambiado la vida con la crisis?», se pregunta sorprendida Inma mientras vigila a sus hijos en el parque. Y es cierto que para la mayoría de los españoles los últimos seis años no se olvidarán fácilmente, aunque también hay quienes han visto pasar la crisis de lejos. Juanjo, por ejemplo, es de los afortunados que no han variado ni un ápice su día a día. Trabaja desde hace ocho años en la misma empresa y, en principio, no teme perder su puesto de trabajo.

Pero en las calles de Eivissa, ante la pregunta de si la crisis les ha cambiado la vida o si ha hecho tambalear su economía doméstica, la sensación es de que esos afortunados son los menos. Es habitual que quienes no se ven afectados directamente tengan que ayudar a algún familiar. Como Ginés, un jubilado que ayuda a sus hijos «y a los nietos». O Juana, que aunque cuenta con la nómina de su marido, tiene a su madre pasando necesidades y teniendo incluso que recurrir a la solidaridad para llenar la despensa. Al margen de las situaciones extremas como ésta, los cambios que para muchos ciudadanos ha supuesto la crisis son pequeñas renuncias cotidianas. Como la de dejar de desayunar fuera de casa, de Juana Heredia. O la de quedarse sin vacaciones, de Inma Fernández. O la de tener que comprar los zapatos en los ‘chinos, de Marisa. Ninguna de estas tres mujeres trabaja actualmente y las tres tienen hijos. Es decir, cada vez más gastos y pocos ingresos.

Precisamente en la semana en la que el Gobierno central ha reforzado los mensajes positivos, llegando a decir que ya se ve la salida del túnel, los ibicencos escuchan estos mensajes con incredulidad. Inma y su familia acaban de superar el mes de septiembre, una cuesta que no podrían subir sin la ayuda de los cuatro abuelos, que les costean muchos de los gastos relativos al inicio del curso escolar. A muchos de ellos las cuentas continúan sin cuadrarles.