Miguel Navarro utiliza aparatos de medición de radiaciones de alta y baja frecuencia.

Quién le iba a decir a Miguel Ángel Navarro hace una década que hoy viviría pendiente de medir la contaminación electromagnética de su casa, una labor ardua teniendo en cuenta que la tecnología inalámbrica crece imparable. La extrema perceptibilidad de su mujer hacia las radiaciones electromagnéticas y hacia los químicos que invanden nuestro entorno les obligó a aprender a marchas forzadas todo lo relacionado con la SQM (Síndrome de Sensibilidad Química Múltiple) y la electrosensibilidad.

La vida de esta pareja dio un giro de 180 grados cuando en 2010 comprendieron que aquel malestar que sentía (dolor muscular o de oídos, aunque es multisistémico) lo provocaba, por ejemplo, la ropa tendida de un vecino (por el olor del suavizante) o una quema de rastrojos (por el humo). Ya antes a ella se le había diagnosticado fátiga crónica y fibromialgia, pero es que además al Síndrome de Sensibilidad Química le seguiría después la electrosensibilidad, una dolencia que convierte a algunas personas en especialmente sensible a la contaminación por ondas de alta o baja frecuencia. A partir de ese momento comenzó su intento de vivir, en cierta manera, como si ella estuviese en el interior de una burbuja. Sin móvil, sin wifi y evitando el contacto con químicos que nos llegan a través de cosas tan cotidianas como la ropa o los jabones.