Resulta que con lo visto ayer en las calles de Balears y en Eivissa, en particular, alguien deberá poner más atención a todos aquellos que cada cuatro años se encargan de votar. Vergonzoso es que a día de hoy el Govern balear se mantenga en sus trece y continúe arrasando con sus políticas educativas, que desprenden un tufillo apestoso. Solo con ver esos libros de inglés en los que se ha dedicado más tiempo traduciendo el nombre de las comunidades [hasta el punto surrealista de renombrar a Castilla y León como Castile and Leon], que en las explicaciones del cuerpo humano, por ejemplo, ya se intuye que esto del trilingüismo está cogido con pinzas. Y que, como mínimo, este plan integral de lenguas implantado de esta manera tiene que ser nocivo para los pequeños [más que nada porque lo único que aprenderán serán barbaridades, eso sí, en inglés].

Lo cómico.

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Pero vergonzoso no solo es la actitud del Govern balear. Irrisorio y sonrojante [y si me lo permiten aún más que el mismo Govern] es el papel de aquellos alcaldes y presidentes de consells insulars, que recibieron a los docentes para escucharles y mostrarles su solidaridad para luego meterles el hachazo por detrás. Y es que, a lo mejor, lo que les falta a muchos de nuestros políticos son agallas para enfrentarse a los suyos y dejar de bailar al mismo son de aquellos ‘gallifantes' de Mallorca. Es muy fácil intentar claudicar ante los tuyos. El problema surge cuando los suyos imponen cosas que no gusta a tus ciudadanos.

Otras épocas.

Hoy será el día de la guerra de cifras sobre la participación que tuvo la manifestación. Esperemos que esa maldita frase de ‘solo eran cinco y seis', procedentes de otra década, se olvide en el pasado y que, de una vez por todas, sean humildes [y ya de paso, sinceros] y se reconozca el triunfo que ayer consiguió la educación, porque resulta, que a mi modesto parecer, en esas calles de Vila había algo más que los ‘quatre gats' de siempre. Pero me puedo equivocar.