Una lengua de fuego asoló la pasada semana el norte de Eivissa; ahora, convertida en un rastro de ceniza y carbón ha dejado su macabra impronta en algunos de los parajes naturales más hermosos de la isla. Rincones hasta hace escasos días exhuberantes de naturaleza se muestran ahora arrasados y muertos.
Quienes han pasado en alguna ocasión una jornada de playa en es Port de ses Caletes, o se han paseado por los alrededores de Sant Joan, de Sant Vicent de sa Cala o Portinatx se quedarán mudos al ver los efectos del devastador incendio que se inició en las faldas de la Serra de Morna, junto al Pla de igual nombre. Pero serán los vecinos de estas zonas quienes convivirán a diario con su huella, quienes se preguntarán por los motivos por los que, una vez más, el fuego se ha ensañado con el norte de la isla.
El calor y la poca humedad existentes el día que dio comienzo el incendio favorecieron que este se desplazara a uan velocidad de vértigo (24 metros por minuto, o, traducido a grandes cifras, cien hectáreas consumidas por hora) por un terreno agreste y de difícil acceso para los medios de extinción que no fueran aéreos, de los cuales se concentraron una veintena en la isla para una lucha que parecía muy desigual desde el principio.
Algunos vecinos decidieron también poner su grano de arena en el esfuerzo contra las llamas y, armados con mangueras, cubos y otros utensilios hicieron frente a la amenaza que se cernía sobre sus propiedades.
Las tareas de las brigadas en el monte y desde el aire poco a poco fueron dando sus frutos y la meteorología decidió ser clemente tras cinco días en los que el fuego llevó la voz cantante. Ahora queda el rastro, la ceniza y el carbón y una regeneración que se adivina larga. La negra huella de un gran desastre.
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