Decenas de turistas salían de la playa, poniendo fin al soleado día de agosto cuando un peculiar ruido de casquetes les sorprendió. En la calle principal de Cala Llonga todos esperaban, mirando cuesta arriba. Jill, una mujer checa que pasa sus vacaciones en Eivissa, preguntaba a una mujer ibicenca el motivo de la concentración. «Son nuestras fiestas. Ahora los caballos bajarán por aquí y darán tres vueltas a la zona. Luego más tarde también habrá ball pagès», decía Josefina mientras Jill se interesaba por el ball pagès.
Uno tras otro, los carros desfilaron calle abajo con algún que otro inconveniente, ya que un badén hacía que los caballos resbalasen con el consecuente susto de los carreteros.
Veinte fueron los carruajes que desfilaron por delante de la gente. Atrás, un simpático y gracioso potro, seguido por tres caballos sin carruaje que cerraron el desfile.
Entre la gente tuvo mucho éxito un pequeño poni con dos jovencísimos infantes, que saludaban a la gente mientras les hacían fotos.
Después de las tres vueltas alrededor de la fuente principal de la localidad, los carreteros descendieron de sus carros para otorgar el protagonismo al baile típico de las Pitiüses.
Con curiosidad, los turistas rodearon la fuente, preguntando más sobre este peculiar y hasta ahora desconocido baile. Eulària, una mujer residente en Cala Llonga, le explicaba orgullosa a una pareja de australianos que «se trata de un baile de cortejo que tenemos en Eivissa desde hace cientos de años. En fiestas siempre le hacemos honor».
Doce fueron las parejas que salieron al centro para bailar. La primera fue gratamente aplaudida por todos, ya que se trataba del baile que cerraba las fiestas de la localidad.
Los más pequeños se sorprendían al ver a las mujeres vestidas de payesa. Una nena de 6 años le decía a su madre que cuando fuese mayor se quería vestir como las mujeres que bailaban. El padre, que escuchaba, le decía que «no hace falta ser mayor, puedes vestirte así de pequeña. Mira aquellos dos nenes de allí como se visten de pagesos».
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