Algo tiene que tener este tal Ferré Cardó. Y nada bueno tiene que ser. Nadie, absolutamente nadie, se fía; no hay persona que quiera pronunciarse abiertamente sobre su gestión al frente de Grupo Playa Sol. Todos tienen miedo, no sólo los trabajadores, sino también aquellos que en algún momento se relacionaron con él profesionalmente, los que abastecen sus hoteles y los que comparten profesión. Todos callan, nadie habla. Miedo a algo.

Cierto es que Ferré Cardó no creció sólo en esta Isla. Fue gracias a numerosos vendedores que se ofrecieron a abandonar sus negocios, ya poco rentables, y sacar unos cuartos. En algunos casos fueron más que cuartos, ya que se habla de pagos de 42 millones de euros por el hotel Algarb o de 3.700 millones de pesetas (22,23 millones de euros) por el Mare Nostrum. La pregunta que parece que nadie se había planteado hasta ahora, y que se convierte en la mayor incógnita es la de la procedencia de ese dinero que a más de uno le tapó los típicos agujeros económicos familiares.

Convencido de sí mismo, Fernando Ferré Cardó no ha tenido inconveniente en presionar a uno y a otro para que su imperio hotelero continuara creciendo. Incluso al ex presidente del Consell Insular, Pere Palau. A pesar de las múltiples sanciones, de los expedientes abiertos y de los contenciosos interpuestos. A pesar de las quejas a las puertas de los hoteles por despidos improcedentes, de denuncias por ofrecer un servicio más que dudoso o pagar sueldos miserables a sus trabajadores. Ferré no agachó la cabeza nunca, jamás se achantó ante esta situación. De hecho, normales eran las llegadas del empresario al stand de Balears en las diferentes ferias turística. Rodeado de un séquito de jóvenes muchachos, trajeados, modernos, guapos, masculinos; aparecía cual pastor cuidando de su rebaño. Todos ellos conformaban la red de directores de hoteles, ninguno ibicenco, luciendo satisfactoriamente su procedencia: un pin con las siglas del imperio de su maestro, GPS.

Tras algunas críticas por parte de la Federación Hotelera sobre sus prácticas, Fernando Ferré no ha tenido inconveniente en amenazar a colegas del sector, periodistas o humano cualquiera que no compartiese su forma de trabajar. «Era una empresa unipersonal», indicó el nuevo administrador judicial, Javier Perelló. Y es que según varias fuentes, siempre en el anonimato por miedo a represalias, se encargaba de todo, absolutamente de todo, e incluso de la compra de cortinas o de las reservas de los hoteles.

Machista de serie y poco amigo de los ibicencos (de hecho los considera poco espabilados), creó algún que otro rifirrafe entre los hoteleros debido a sus prácticas. Algunos criticaban la mala imagen que daba del sector, otros recriminaban que continuaba creciendo gracias a ciertos empresarios ibicencos.

Sin estar presente ni en la Federación Hotelera, porque dejó de pagar cuotas, ni en el Fomento de Turismo, fue persona 'non grata', ha conseguido crear desconfianza entre los propios miembros del sector. Nadie sabe quién le apoya, quién está detrás, quién le proporciona los avales para adquirir propiedades, quién colabora con la empresa. Todo esto provoca que algunos prefieran hablar cara a cara, evitar los teléfonos. Todo por si acaso.

Su hijo, Fernando Ferré Garnacho, perteneciente a esta generación GPS (joven, guapo, moderno y, por supuesto, hombre), «sólo hacía los recados que le pedía el padre», indicó Perelló. Otros, en cambio, apuntan que instaba al padre a no pagar las sanciones. Para qué. Fernando Ferré se ha convertido el 'sheriff' del sector turístico, controla todas las voces, acalla las que le critican y siembra el terror entre los empresarios. Algo impensable en un estado de derecho. A pesar de su ingreso en prisión, el miedo continúa a expensas de lo que pueda pasar. Fernando Ferré creó su imperio en Eivissa con la ayuda, con la omisión, con el miedo o con la pasividad de todos. El 'maestro' se salió con la suya. Pero no para siempre. Hasta hoy. De momento.