En medio de la ciudad de Eivissa, donde el bullicio de los coches se combina con las tonalidades grises del asfalto y las fachadas, una pequeña terraza de un cuarto piso con vistas al bulevar Abel Matutes guarda una de las reservas de bonsáis más grandes de la isla.
Es la casa de Pep Ribas Ribas, contable de profesión y aficionado al arte del bonsái desde hace 18 años, y esconde un nutrido bosque en miniatura con casi doscientos árboles que fueron esculpidos con paciencia y dedicación a lo largo de todo este tiempo.
«Comencé por casualidad porque cayó una revista de bonsáis en mis manos y me dije 'esto lo tengo que hacer yo'. Los bonsáis me habían gustado toda la vida y decidí empezar enfrentándome a muchos obstáculos. Mi aprendizaje fue autodidáctico y, poco a poco, experimentando, he llegado a ser un principiante avanzado», explica Ribas. Y lo que fue un amor a primera vista se convirtió hace ahora dos años en una asociación que decidió fundar junto a su tocayo Pep Ribas Costa, llamada ABE, Asociación de Bonsáis Eivissa, una agrupación que actualmente reúne a quince personas que han decidido empezar el camino de este laborioso y paciente arte de moldear la naturaleza; toda una actividad reservada sólo para gente paciente y dedicada, que en la isla ya ha dejado atrás a muchos más que comenzaron y se que quedaron en el camino. «Hay gente que empieza como un hobby, pero esto es mucho más, es un arte y cuesta años de dedicación. El cultivo, el cuidado y la formación del bonsái es una tarea ardua que lleva mucho tiempo», agregó Pep.
Pinos de alepo, pinos carrasco, centenarias sabinas ibicencas, olmos chinos, enebros, robles, granados, arces e higueras. Las clases de árboles se multiplican en este jardín nacido desde la total y absoluta dirección de la mano del hombre, mediante las técnicas de poda, pinzado y corte que rigen el desempeño de esta artesanía botánica.
«Los bonsáis se pueden hacer desde una semilla, un esqueje o recuperarlo de la naturaleza del bosque. Todos necesitan su riego diario, especialmente en verano, mientras que el trabajo de podar, pinzar y cortar es de todo el año. Pero dependiendo del estado de formación que tengan, tienen un trabajo u otro», explicó Ribas, para quien el problema llega cuando debe viajar y dejar su jardín por unos días. «Cuando me voy de vacaciones le encargo a gente que venga varias veces por día a regarlos y a cuidarlos. Porque esto es peor que los niños. A los niños se los dejas a la abuela o te los llevas contigo, pero con los bonsáis necesitas de la ayuda de los amigos».
Crear árboles de maceta es para este contable «un sistema de vida»: «Además, es muy relajante. Ya puedes llegar histérico del trabajo, que coges un arbolito y empiezas a pinzarlo, podarlo o cortarlo y se te pasa todo». Una forma de vida que se fomenta en la isla a través de los cursos que una o dos veces al año imparte la asociación con motivo de las fiestas de Santa Eulària, y también con exposiciones en otras celebraciones populares, como puede ser la de Buscastell.
Mientras tanto, este jardín privado que busca imitar el arte que nació en China en el 1200 pero que se propagó al mundo gracias a los japoneses, alrededor del año 1600, es un pequeño reflejo de la esencia de la naturaleza que vive y crece en medio de la ciudad.
Luciana Aversa
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