La mayoría de los asistentes son hombres y mujeres que rondan los treinta años.
Foto: M. TORRES

La diferencia entre saber cocinar o no es difusa. Quienes viven solos piensan a menudo que ser capaces de preparar una ensalada o freír un huevo les da derecho a llamarse cocineros. Pero nos damos de bruces con la realidad cuando el nivel de exigencia es un poco mayor. Basta con recibir a un par de invitados a los que querer sorprender sin recurrir a la comida a domicilio para caer en la cuenta. Entonces todo se vuelve imposible, y la elaboración de una simple salsa rosa se presenta como una empresa comparable en dificultad a la mejor creación de Adrià o Arzak. Rebajarla a límites más humanos es lo que pretende el Ayuntamiento de San José con sus cursos de cocina. 16 personas que en su mayoría rondan los treinta años asisten cuatro horas por semana para aprender a manejarse entre sartenes y fogones.

«Lo que hacemos es empezar desde cero. Hoy mismo vamos a hacer tortillas francesas, algo que todos piensan que saben hacer, pero ¿saben presentarla?, ¿que salga entera y no se queme?», explica Toni Tur, el cocinero que imparte las lecciones. Se trata de que los asistentes sean capaces de depender de ellos mismos y, de paso, puedan salvar con éxito la prueba de invitar a alguien a su casa. Cómo limpiar y filetear un pescado, elaborar la guarnición y la salsa con la que acompañarlo es la materia que ocupa una de sus clases. Algo que interesa bastante a los alumnos a juzgar por el número de inscritos; 50 han quedado en lista de espera. No sólo se trata de sobrevivir o de quedar bien cuando alguien come en casa. También la salud importa, como a Juan, un funcionario que vive solo y que decidió inscribirse: «Me pasaba la vida de restaurantes y eso no podía ser, ni para la salud ni para la economía», comenta. Otros lo toman como un pasatiempo instructivo, como Mónica y Carol, que asisten junto a otras tres amigas, una de ellas recien casada: «Es que como no aprenda a cocinar pronto se le va a ir el marido de casa», bromean.

Aunque en el curso también se aprenden cosas del nivel suficiente como para aportar creatividad a la cocina, algo que busca Belén, una ama de casa con hijos «cansada de hacer siempre empanados, rebozados y huevos fritos».

El ambiente de trabajo es bueno, y los resultados, a juzgar por el olor, también. Un éxito de curso que a buen seguro se repetirá en numerosas ocasiones.