Parece que fue ayer y han pasado ya 70 años desde la primera vez
que el pintor Wil Faber vino a Ibiza, y me ha parecido muy acertado
que la Galería Es Molí haya tenido la magnifica idea de celebrar
dicha efeméride homenajeándole con una exposición.
No fue lo que se puede llamar una gran muestra, ni tampoco una
muy concurrida inauguración, sino más bien todo lo contrario, paso
sin pena ni gloria. Una sala llena de obra suya, algunos cuadros
francamente muy buenos y otros correspondían a obra menor. Los
medios de información ignoraron bastante el acontecimiento y el
elemento oficial y lo que se llaman ¿fuerza vivas? como era lógico,
natural y de esperar ni rastro, sin embargo en el fondo creo que
fue el «auténtico» homenaje que a Faber le habría gustado y
agradecido, éramos un grupo de amigos y admiradores de su obra que
pudimos comentar, disfrutar y saborear sus creaciones.
Él y su mujer Emma se habrían sentido a gusto allí. Pareja
sencilla donde las haya escapaban de todo lo que fuera
aglomeraciones, vida social o gente snob y cursi diciendo
formalidades.
Este extraordinario pintor quizás no es todo lo conocido que se
merecería, porque nunca le interesó hacer relaciones públicas ni
promocionarse, sino dedicarse plenamente a su trabajo, su fama y
prestigio lo consiguió en los sectores más difíciles de conquistar:
galerías, críticos, escritores, coleccionistas, museos y más
difícil todavía entre los propios pintores.
Allá a finales de la década de los 50 un inglés gigantón, Ivan
Spencer, afincado en Ibiza en un viejo caserón de la parte alta de
la ciudad se le ocurrió la fantasía y realizar el sueño de abrir
una galería «Es Vedrá» y yo recién salido de la universidad,
atravesando unos años algo bohemios y desorientados me embarqué en
esta empresa y acompañado de una pintora abstracta catalana llamada
Mati Tarrés muy bien introducida en el ambiente artístico catalán,
que yo también conocía de mi época universitaria, nos trasladamos a
Barcelona para entablar contactos, traer obras y concretar
exposiciones, nos entrevistamos entre otros con Cuixart, Tharrats,
René Metros, Argimón y naturalmente Will Faber. Este último vivía
en una casita de la calle Homero, creo recordar número 27, el
nombre de la calle era impactante, pero la calle en si estaba en
una barriada tranquila lejos del centro y vorágine de la gran urbe,
Faber y su mujer Emma vivían modestamente con sus dos hijos, la
decoración sencilla y los dos daban impresión de gente si
pretensiones pero de una gran calidad humana.
Lo que más me impresionó a primera vista fue su obra en todas
partes, en las paredes, sobre las sillas y sofás, apoyado en los
muebles, carpetas y carpetas amontonadas daban la sensación de un
almacén de pintura. Me impresionó su modestia, daban la sensación
de cómo dos refugiados que pidieran perdón por haberse instalado en
España.
Cuando les dije que era ibicenco sus caras se iluminaron,
salieron recuerdos de su primera visita a Ibiza en el lejano 1934,
antes de nuestra guerra civil, vivieron en un hotelito en la playa
de Talamanca, y para ellos aquello era un paraíso, creo recordar
que la pensión completa les costaba un duro diario.
En la isla conocieron y trabaron amistad con Raouel arqueólogo
que descubrió Numancia haciéndome una descripción de una Ibiza
idílica y bebiendo tazas de café y fumando «celtas» nos pasó la
tarde que casi perdemos el barco de regreso.
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