Gonzalo Jiménez Ruiz, que actualmente trabaja en el hospital de Can Misses, en una imagen actual tomada durante la entrevista. Foto: MARCO TORRES
Imagen de Gonzalo en Irak en los 80.
El fútbol, entre uno de los buenos recuerdos de Irak.

Este granadino residente en Eivissa desde hace varios años siente una punzada en el estómago cuando ve por televisión la trágicas noticias que a diario llegan desde Irak. Aunque la realidad haya cambiado y hayan pasado muchos años desde que Gonzalo Jiménez Ruiz viajó al sudoeste asiático, concretamente a la ciudad de Erbil (situada a 500 kilómetros de Bagdad) para participar en la construcción de una maternidad, este hombre recuerda con claridad las anécdotas y los detalles que más le llamaron la atención de un país que vive estos días una dura postguerra.

«En el año 1982 declararon suspensión de pagos en la empresa en la que trabajaba y poco después me ofrecieron un trabajo allí, donde estuve entre junio y noviembre de ese año», señala. En aquel momento el país estaba en guerra con Irán, pero eso no le impidió a este electricista que hoy trabaja en el hospital de Can Misses aceptar la oferta. «No me daba miedo, y cuando estuve allí menos todavía, aunque había días en que el cielo estaba rojo y hasta veías pasar hacia la frontera con Turquía los camiones con misiles».

La inseguridad acabó por convertirse casi en una rutina y hoy Gonzalo ríe cuando se acuerda de cómo en un semáforo en rojo podían ponerte una pistola en la cabeza, comenta, «para robarte el coche».

Junto a seis españoles más trabajó en la construcción de una maternidad mientras otros compañeros hacían lo mismo en Basora. «El hospital de allí fue destruido en 1984 durante unos bombardeos, fue lo primero que apareció en las noticias», señala.

No se olvidará nunca del primer contacto que tuvo con la población iraquí. «Teníamos que recorrer 500 kilómetros para llegar a Erbil y tuvimos que convencer al conductor para que parase en un restaurante -relata-, era un salón enorme lleno de mesas y con una serie de lavabos a un lado; yo no sabía para qué era, pero al poco tiempo lo descubrí, comían con las manos y por eso después se lavaban, no lo había visto nunca».

Sara Yturriaga