En el colegio Poeta Villangómez del barrio de Cas Serres no habían pasado ni diez minutos desde que los niños habían entrado a clase cuando un gran aguacero cayó sobre la ciudad de Eivissa. Los 250 escolares de este centro observaron asombrados, desde el confortable interior de la aulas, como la campana les había salvado de acabar empapados. Una buena señal para comenzar el curso. Y es que el temido timbre que anuncia la entrada a clase no es tan fiero como lo pintan. En general, los estudiantes más jóvenes están deseando volver a clase aunque los tópicos indiquen lo contrario.

En el patio del colegio ayer todo eran sonrisas, costaba descubrir un rostro lloroso entre el numeroso público formado por padres, hijos y profesores. La impaciencia por volver a ver a los compañeros, las ganas de contar cómo ha transcurrido el largo verano y la ilusión por estrenar todos los complementos escolares, son mucho más fuertes que la pereza ante el consabido madrugón al que se tendrán que enfrentar a diario.

Un entusiasmo que, hay que reconocerlo, comienza a apaciguarse conforme se cumplen los años y se sustituye la nostalgia del colegio por la realidad, más dura, del instituto.

El reencuentro no es sólo un territorio exclusivo para los alumnos, también lo es para los padres, quienes con ademanes similares a los de sus hijos, aprovechan para charlar con el resto de los padres, que comprenden a la perfección todos los sinsabores, especialmente económicos, que acarrea el comienzo del curso.

Felices y radiantes estaban ayer Jessica y María, dos amigas de 11 años que empiezan 6º curso y que tenían, a juzgar por sus cuchicheos, muchas cosas que contarse. «Yo también me he aburrido mucho en verano», comentaba Abrahan, compañero de la misma clase, intentando sumarse a la conversación.

En este centro de Cas Serres, como en tantos otros de la isla, la integración se ha convertido en la asignatura más importante de cada curso. El porcentaje de inmigrantes, en especial latinoaméricanos y magrebíes, aumenta año a año y nombres como Nelson o Edgardo comienzan a mezclarse con el de Patricia o José.

Para Ayman ayer era un día muy importante. Cargada con su reluciente mochila roja se disponía a entrar por primera vez en un colegio. Su madre, marroquí, aseguraba que la niña no parecía estar muy nerviosa; además contaba con el apoyo de su hermana Sumaya, quien va a clases desde hace tres años.

Otro de estos alumnos es Eddison, de 10 años. Acompañado por su madre, ecuatoriana, estaba deseando empezar las clases, en especial la de plástica, su preferida.

Las presentaciones y las explicaciones ocuparon gran parte de las clases de esta primera jornada, en la que la seriedad propia de los estudios no logra imponerse a la algarabía y el ambiente distendido.