Para entender la desesperación y los problemas personales que ha
desencadenado a sus más de 30 protagonistas el desalojo de ocho
viviendas y dos locales en enero de 2001 hay que ponerse en su
lugar. Imaginar que una mañana de un mes de enero se cae el
edificio que linda con el que viven provocando tales daños que
obligan a desalojarlo. Pensar en sacar algunas pertenencias y verse
en la calle. Haber pasado por un hotel, por unos apartamentos, y
finalmente estar de alquiler (y en algunos casos pagando todavía la
hipoteca de unos pisos en los que no se puede vivir).
Toda esta situación hay que multiplicarla por 29, que son los
meses que han transcurrido desde que cayó el edificio y todo esto
se puede aderezar con unos toques de desamparo ante las
instituciones y con muchos problemas personales y familiares que
han desencadenado incluso alguna rotura matrimonial. Por si todo lo
anterior no fuese suficiente para trazar lo que puede calificarse
de agonía, hay que sumar a ello el hecho de que desde que
comenzaron las diligencias por el caso abierto contra las empresas
Viajes Barceló (propietaria del edificio que cayó) y Saguri
(constructora que realizaba unos trabajos en la cubierta que al
parecer desencadenaron la catástrofe), las dos imputadas, éstas se
han esforzado en dilatar y ralentizar todo el proceso, según uno de
los abogados, motivo por el que todavía no se ha celebrado el
juicio.
Una manifestación ante el Ayuntamiento, una concentración de
vecinos para pernoctar frente al edificio precintado, robos y
«ocupas» en el interior de los apartamentos, un encierro el año
pasado (que terminó con la promesa de ayuda municipal que aseguran
que no han recibido ya que se limitaba a vales de comida) y una
nueva reclusión resumen muy brevemente una historia que «nadie
tendría que haber protagonizado y que ojalá nadie tenga que pasar»,
según explicaba a este periódico uno de los encerrados. El sábado
convocaron una protesta y están dispuestos a llegar hasta el final
por que han rebasado «al límite» y dicen que no pueden perder más
cuando «la dignidad está por los suelos».
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