En su nombre incluye la idea del tres y por ello sintetiza la
idea de trinidad, la imagen dinámica de algo completo en si mismo,
dinámico y de buen agüero. En este sentido, y para facilitar la
conversión de los no creyentes, San Patricio, Patrono de Irlanda,
lo potenció como símbolo de unión en la fe; de esta forma el Trébol
se convirtió en el emblema nacional irlandés (El Condado del
Trébol).
Aquellos campos en los que crecen tréboles son una viva imagen
de fertilidad y como consecuencia, de abundancia. El Trébol aúna la
naturaleza y las ideas de trascendencia, y lo hace desde época
inmemorial, mucho antes del cristianismo.
El Trébol es una plantita humilde que crece por doquier y
tapiza, como si de una alfombra viva se tratase, las fértiles
praderas. Su frescura y la facilidad con la que lo encontramos
despierta en nosotros los antídotos necesarios cuando nos acosa el
temor a la enfermedad, a la pobreza, el desamor y la
insignificancia. El no soy nada y no merezco ni nada ni a nadie es
en muchos casos un pensamiento actitud que se somatiza y nos
debilita propiciando la enfermedad, las dificultades en las
relaciones, y la capacidad de obtener seguridad material.
Vemos como el frágil Trébol devora el Sol y vive con una gran
fuerza su propia precariedad. Desde ella se ha hecho popular en
todas partes, y lo encontramos representado en las civilizaciones
del valle del Indo, de hace 5000 años. Amor, suerte y esperanza
serían los propósitos del Trébol y podemos sentirnos merecedores de
ellos, sin tener que renunciar a nuestra fragilidad.
Poder, inteligencia y amor sería los símbolos de la Trinidad: el
Padre, el Hijo (Verbo) y el Espíritu Santo. El Trono, el Libro y la
Paloma. Encontramos el Tres como número al que se le atribuye lo
completo y acabado. El budismo tiene expresión de la trinidad en
las Tres Joyas: el Buda, el Drama y la Sangha. El Tiempo es triple:
pasado, presente y futuro; y el mundo también: tierra, atmósfera y
cielo. Los Reyes Magos son tres. Las Virtudes Teologales son tres.
Tres son los elementos de la Gran Obra Alquímica: azufre, mercurio
y sal.
Frederic Suau
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