Son las 10'55 horas de la mañana y el capitán del García Lorca, Pedro Puerto, sube con puntualidad inglesa a la sala de mandos. Allí todo está listo para zarpar hacia Dènia pero como sucede con los aviones, la salida y la llegada son las maniobras más difíciles de llevar a cabo.

En la sala de mandos hay tres personas: dos oficiales y el capitán. Sin embargo, ninguno de ellos habla, sólo se escucha el ruido de los motores. La tensión se nota en el aire y el silencio es casi absoluto, únicamente las voces de las radios de control rompen el mutismo de vez en cuando. Son los marineros de proa y popa que se comunican con la sala de máquinas y de mandos. «La salida es una coordinación entre los marineros, la sala de máquinas y la de mandos. La gente se piensa que esto es mucho menos sofisticado. Aquí hay menos parafernalia y tontería que en los aviones, pero tecnológicamente es mejor. Es un híbrido de barco y avión», asegura el director de comunicación de Baleària, Joan Cerdà.

La salida se ha llevado a término con rotundo éxito y el barco seguirá sus dos horas de recorrido hacia Dènia. «Una de las novedades que tenemos en el García Lorca es que hay pantallas de GPS, Global Position System, distribuidas por todo el barco, en las que cualquier pasajero puede mirar a que velocidad viaja y el lugar exacto donde está situada la embarcación».

La barcaza lleva media hora navegando y casi todo el pasaje está acomodado en sus respectivos asientos. Unos optan por leer el periódico, otros por escuchar música, dormir o bien echar un vistazo a la revista que se acaban de comprar en la tienda del barco. Mientras tanto, las azafatas pasan por los salones Neptuno (1ª clase), a servir una copa de cava o un vaso de zumo. «A las 8 cuando salimos de Palma servimos un café y un donut; en el trayecto Eivissa - Dènia, otro café y pastas y a las 7 de la tarde cuando regresamos a Palma, de nuevo, servimos zumo o cava», informa Cerdà.

El trabajo de las azafatas consiste en acomodar al pasaje en los asientos, servir en los salones y vigilar que los pasajeros no dejen objetos debajo de los asientos ni en los pasillos, «por si acaso tuviésemos que evacuar», dice Raquel, una de las azafatas. «Lo que más me gusta de mi trabajo es el trato con el público, la diversidad de gente y aprender directamente de todos», concluye esta alicantina.

Los niños en estas 2 horas de trayecto tampoco tienen tiempo de aburrirse porque hay un pequeño parque en el que pueden jugar con el resto de chicos. Asimismo, en cada viaje se pone una película, normalmente infantil, para que el recorrido se haga más corto. «En el barco me divierto porque veo las películas que ponen, pero me gustaría poder salir fuera», dice Marta, una niña de 11 años y que vive en Jijona. «A la salida del puerto dejamos al pasaje estar fuera pero por normas de seguridad, una vez que el barco empieza a coger velocidad le obligamos a entrar dentro», afirma Joan Cerdà.

Los 120 minutos de travesía ya han pasado, una cabezadita en el asiento, una ojeada al periódico, o bien, un cigarrillo o un café en el bar y ya se ha llegado al lugar de destino. Ahora, en la sala de mandos la concentración vuelve a ser la protagonista. Los dos oficiales y el capitán del barco están atentos al mismo objetivo, el puerto de Dènia. «Es muy peligroso porque muchas veces vienen lanchas que no respetan las distancias, que nos saludan o que intentan competir con nosotros, pero debido a la velocidad a la que vamos, llegamos a levantar olas de un metro y medio y a veces tienen problemas», asegura el segundo oficial, Carlos Ferrari.