En Indonesia, Jamaica, Etiopía o Sudán son considerados instrumentos convencionales. Hablamos del digeeridoo, la güira, la calimba o la simsimia. Instrumentos que nos evocan, con sus sonidos y su estética, lugares lejanos y culturas distantes a la nuestra. Luigi Trifiletti y Yarón Marko son dos hombres en contacto directo con estos instrumentos. El primero los vende y el segundo los fabrica y los toca. Yarón Marko lleva veinticinco años investigando y trabajando hasta dar con la forma y el sonido exacto. El bambú, la calabaza, los distintos tipos de madera o la piel, son los principales materiales que utiliza para su construcción; y el proceso, aunque meticuloso, intenta que el resultado final esté al alcance de una mayoría.

«La calimba por ejemplo es un instrumento de una construcción muy compleja, pero yo intento crear instrumentos que no sean difíciles de tocar, porque si no me estaría dirigiendo a especialistas, y no es eso lo que busco», puntaliza este artesano israelí. Por su parte, Trifiletti no construye sus propios instrumentos, pero viaja lejos para conseguirlos. «El mejor digeeridoo es el que viene de Australia, donde el material que utilizan es el eucalipto. Los indios aborígenes antiguamente los utilizaban para comunicarse entre ellos, y ahora aparecen en los videoclips de Jamiroquai, Madonna o Michael Jackson», explica este propietario de dos tiendas en Eivissa.

Trifiletti mantiene que el digeeridoo se ha popularizado considerablemente desde que en las pasadas olimpiadas celebradas en Australia este instrumento tuvo un papel destacado en el acto de apertura de las mismas. Cada uno de estas piezas tiene un peculiar proceso de fabricación. Quizá uno de los métodos que para los poco conocedores de este mundo resulte más curioso sea el del anteriormente mencionado digeeridoo. Para conseguir que el interior sea hueco, se espera a que las termitas devoren el eucalipto, al que son unas grandes aficionadas.

Para llegar a tener una colección de más de 400 piezas, como la de Yarón Marko, hay que amar mucho la música. «Lo que hago aporta culturas lejanas, y eso es vital. La gente no es consciente de la importancia de la música, que es un modo de comunicación», explica el artesano. Por eso uno de los sueños de Marko sería que en Eivissa llegara a existir un museo-taller que acercara su trabajo a la gente. «Un espacio en el que se pudieran conservar unos instrumentos que necesitan de un mantenimiento. Un lugar donde las personas pudieran ver cómo se tocan, o cómo se construyen», añade. Un lugar, en definitiva, en el que dejar volar la imaginación.