Qué le debo, por favor?». Una pregunta que desde el pasado 1 de enero lleva por respuesta el que comienza a ser un tópico: «¿En pesetas o en euros?». Si el cliente elige la segunda opción suele traducirse en una costumbre de nuevo cuño propiciada por el desconocimiento de la nueva moneda: la propina raquítica. Los bares recaudan menos en sus botes al establecer la equivalencia con el euro. No es que los clientes se hayan vuelto más agarrados, sino que se encuentran en el período de fascinación propio de la novedad y les cuesta desprenderse de las monedas con las que aún no se han familiarizado. Ultima Hora Ibiza y Formentera ha comprobado cómo ha afectado el euro a los bolsillos de los que dependían de la atención de sus clientes para poder concederse pequeños caprichos.
Los platos que se emplean en los locales de hostelería para devolver el cambio ya no se quedan llenos después hacer efectivo el pago. La tendencia general registrada es que los clientes recogen las monedas o dejan las de color bronce, las de menor valor. Así, si antes alguien acostumbraba a dejar 25 pesetas, ahora con el euro concede 5 céntimos (algo más de ocho pesetas). Como apunta Chema, de Sa Botiga, «yo no vivo de las propinas pero me he dado cuenta de que la gente no se ha concienciado aún con la nuevo moneda porque si no algunos no dejarían 3 pesetas de bote (2 euros); el bote continúa engordando pero con monedas de menos valor. Antes cuando se tomaban un café solían dejar las monedas de cinco duros y los duros pero ahora lo hacen con los céntimos de menor cuantía, lo que reduce la cantidad del bote a la mínima expresión. Pienso que es normal, todo es cuestión de tiempo».
La tentación de quedarse con un valor europeo nuevo en el bolsillo para familiarizarse con él es algo que a los sectores que viven de cara al público afecta sobremanera, como a los repartidores. Fermín recibía por entregar las bombonas de butano una media de entre 100 y 300 pesetas por domicilio. Hoy le llegan de 2 a 30 céntimos de euro (de unas 3 pesetas a 50 aproximadamente). Para trabajadores como él la propina suponía antes algo más de la mitad del sueldo, algo que por el momento no podrá recuperar hasta que la sociedad se acostumbre a la nueva moneda. Por su parte, Juan Carlos es un taxista de Eivissa que ve cómo el almuerzo que antes saboreaba gracias a las propinas de los clientes hoy ha desaparecido: «El bocadillo y la cerveza me lo permitía gracias a las propinas, ahora no dejan nada o casi nada, unos céntimos».
Los céntimos a unos les parecen mucho y a otros poco. Algo que Pedro, peluquero, ha comprobado de cerca desde que abrió su negocio en 2002. «Es un lío, no se sabe ni lo que recibes como para que los clientes sepan lo que te dan». El euro continúa creando vicisitudes a priori no asumidas. Los últimos datos ofrecen que el nivel de su uso aumenta paulatinamente en detrimento de un desuso de la peseta -un75 por ciento de media en los doce países que lo utilizan-. Los implicados ven la solución en el cese de la convivencia entre las dos monedas.
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