Cuando suena la sirena, la hija de Carles, que tiene tres años, se
mete debajo de la cama y llora. La sirena anuncia que en breves
instantes habrá una voladura en la cantera de Can Orvay. Hasta hace
dos meses, se producían dos explosiones al mes. Desde que ha dado
comienzo el relleno del dique de Botafoc, los vecinos han
contabilizado entre cuatro y cinco voladuras a la semana, unas 20
al mes. En la zona hay alrededor de un centenar de viviendas
afectadas, cuyos cimientos prácticamente se levantan del suelo cada
vez que la dinamita revienta la piedra: dicen que el efecto es
similar al de un seísmo.
Las grietas en las casas son innumerables. Hay terrazas
quebradas, piscinas y cisternas resquebrajadas. Los sesenta vecinos
que integran la asociación y que luchan por el cierre de la cantera
desde hace 20 años no tienen dedos para mostrar todos los
desperfectos que les causan las voladuras en una cantera que tiene
permiso del Ministerio de Industria pero que carece del resto de
licencias. Además de las pérdidas materiales, están las morales. La
hija de Carles, que vive en Can Toni Palleu, no es la única
atemorizada. Fernanda Caligari , que reside en Can Creüza de Ma,
corre al jardín en cuanto oye una detonación porque tiene miedo de
que la casa se le caiga encima.
Su vivienda está completamente agrietada y se ha visto obligada
a clausurar una cisterna porque a causa de las grietas el agua se
filtraba en las habitaciones. Su marido, el ingeniero Adriano
Trímboli, calcula pérdidas por valor de 90 millones de pesetas. Las
vibraciones y los cascotes han resquebrajado decenas de placas
solares que forman parte de su proyecto de investigación. Cerca, en
Ca na Toni, se ha caído el techo de una caballeriza. Su casa, como
la de Carles, está situada a unos 200 metros de la cantera. Hasta
ellas vuelan piedras de hasta un kilo de peso lanzadas por la
dinamita. Los impactos son evidentes en las paredes y suelos.
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