Peter Bursens fotografiado en la Bahía de Sant Antoni, lugar en el que reside desde 1982. Fotos: KIKE TABERNER.

A lo largo de sus 78 años Peter Bursens, a través de sus distintos empleos, ha estado ayudando a los demás. Ahora, en su retiro ibicenco donde reside desde hace 18 años, colabora como voluntario de la Cruz Roja formando parte de la tripulación de la lancha de salvamento marítimo de Sant Antoni. Pero a lo largo de su ajetreada vida ha vivido experiencias muy amargas durante la Segunda Guerra Mundial, como prisionero de los alemanes en campos de concentración y situaciones de extrema tensión como observador de la ONU en diferentes conflictos internacionales.

Peter Bursens no se considera una persona valiente y su experiencia le dice «que todas las personas son buenas hasta el momento en el que se demuestre lo contrario», y que la solución a los conflictos bélicos y políticos está en el diálogo: «no se puede discutir con un muerto. Lo mejor es hablar para buscar solución a los problemas».

Este excontrolador aéreo de origen belga, que tiene como sueño «hablar correctamente el castellano», se ha movido por todo el mundo. Además de participar en la Segunda Guerra Mundial sufrió las consecuencias de la misma caminando «durante cinco semanas a pie 1.100 kilómetros desde las frontera de Checoslovaquia hasta Bélgica huyendo de los rusos», pasando muchas calamidades y hambre.

Durante nueve años trabajó como observador de la ONU tratando de solucionar conflictos en zonas fronterizas de Grecia con Albania, Yugoslavia o en la línea de demarcación entre Israel y Palestina, señalando que «para observar correctamente hay que ir y estar en el lugar del conflicto, investigar y comunicar, pero nunca dar la opinión personal». Tras su paso por la ONU Peter pasó a trabajar como controlador aéreo hasta su jubilación.