Transparencias de mujeres esculturales, adonis con minúsculas porciones de ropa, gordos sudados, niños cansados que berrean, empujones, flashes, videograbadoras..., todo el mundo quiere conservar un recuerdo del día de visita al 'mercadillo hippie' de la Mola, que se celebra cada domingo y miércoles, y que registra a lo largo del mes agosto un lleno hasta la bandera.

La avalancha de turistas que prácticamente colapsan la isla en todos sus aspectos, desde hoteles y restaurantes a playas, se hace más patente los domingos, y en menor medida los miércoles, que peregrinan hasta la Mola enfilando los cuatro kilómetros de curvas que van desde es Caló hasta el Pilar para deambular por el recinto de venta ambulante al que también se apuntan los formenterenses.

Si bien muchos visitantes suben a la Mola esperando ver una fauna prodigiosa y restos del hippismo de décadas atrás, en el fondo no se dan cuenta de que la auténtica fauna, el zoológico, son ellos mismos. En el lugar coinciden dos concepciones de la vida diametralmente opuestas de las que incluso podría buscarse una extrapolación de la famosa fábula de la cigarra y la hormiga: unos trabajan once meses para poder permitirse unas vacaciones de cuatro semanas, y otros trabajan cuatro meses para vivir el resto del año. Trabajar para vivir o vivir para trabajar.

Las mejoras introducidas este año en el recinto de la feria son notables ya que se ha cementado el suelo del mismo para evitar la polvareda creada a diario por los miles de visitantes que lo frecuetan. Asimismo, Jaume, un ceramista afincado tiempo atrás en la Mola, ha confeccionado un sugerente mosaico circular de grandes dimensiones que se ha convertido en el centro de las actuaciones musicales que amenizan las jornadas de mercadillo en el que los espectáculos improvisados y un sinfín de productos artesanales,hechos con cualquier otro elemento susceptible de ser transformado, tratado y recreado.