Hace 14 años, Xico Llorenç se encontraba encaramado en la copa de un árbol de su casa de Sant Josep podando algunas ramas muertas. En un exceso de confianza, apoyó todo su peso sobre un trozo de madera podrida. Cayó de espaldas, se rompió la espina dorsal. «No me desmayé, pero noté que las piernas no me respondían». Tres meses después, postrado en una silla de ruedas y tras muchas sesiones de rehabilitación, este josepí de 84 años pudo recuperar la movilidad en algunas extremidades, aunque las piernas nunca más le iban a responder como antes.

La vida volvía a comenzar para Xico Llorenç. Casado con María Marí Tur, con dos hijas y toda una vida dedicada la payesía, el quedarse sentado mirando las paredes sin hacer nada no le parecía un futuro demasiado prometedor. Poco a poco, tan deprisa como le permitía su lesión, Xico fue recuperando una vieja costumbre que había aprendido de su hermano Toni: fabricar cestas y senallos de esparto. Ahora, se gana la vida construyéndolos en el garaje de su casa y los vecinos se han convertido en sus principales clientes. Las piezas que salen de su taller están fabricadas a mano y cuidadas hasta el último detalle, un filón para cualquier turista que busque prendas de artesanía. Recuperarse para el trabajo ha sido para Xico como recuperarse para la vida. Los comienzos no fueron sencillos, las secuelas del golpe duran todavía hoy. La estrechez de los marcos de las puertas de su casa le obligan a utilizar tres sillas de ruedas diferentes para desplazarse por las habitaciones y el garaje; cada una está estratégicamente colocada para que cuando se levante "ayudado por las muletas" pueda caer inmediatamente en otra.

Xico dedica todas las mañanas y parte de las tardes a construir los senallos y senalles. No tiene un horario fijo, pero dice que no se aburre gracias a la compañía de una vieja radio que no va más allá de la Onda Media. Su mujer, mientras, se dedica a cuidar de los animales y el huerto; siempre está cerca, por si su marido necesita moverse. Por lo demás, Xico procura salir lo menos posible de su casa: las compras las hace su mujer o alguna de sus hijas y la misa de los domingos, en casa y por la tele, que es igual de válida. «Cuanto más sales, más ganas de salir tienes, así que estamos bien de esta manera», explica.

Cada senalló le lleva un tiempo de trabajo que nunca baja de la semana. Lo que nunca aprendió a fabricar fueron las espardenyes, que es «una tradición casi olvidada». Ahora, lo que más le desconcierta son los extraños encargos que le llegan:«Quieren senallos con asas largas, y no lo entiendo, puesto que nunca se habían hecho así. Pero, bueno, yo he fabricado tres diferentes con las asas largas, para que así tengan donde escoger», señala.