Manolo ha pasado de ser marinero de un yate de lujo de Eivissa -aseguró que llegó a trabajar en el barco de recreo de una alta personalidad- a intentar sobrevivir en las calles de la ciudad tocando el saxofón. Es maníaco depresivo y toxicómano. Vive en la calle y ocupa una caseta en la antigua Plaza de Toros. Víctor asegura que es un fotógrafo y antaño estaba bien considerado. Su hermano, redactor jefe en un periódico en Santa Fe (Argentina), telefonea de vez en cuando a Eivissa para interesarse por él. Víctor no quiere casa, los que lo conocen saben que suele dormir en la intemperie, incluso en las noches más frías de invierno.

El asistente social teme que una de las noches frías aparezca muerto a consecuencia de las bajas temperaturas. Víctor y Manolo son dos de los indigentes que pululan por las calles de Eivissa. La mayoría son enfermos mentales que llevan aparejado el problema de su toxicomanía. Se calcula que como ellos hay cerca de 200 personas en esta misma situación, que malviven al límite. El último censo elaborado por la policía tras la Operación Esperanza superaba las 300 personas que en la isla, en condiciones de marginalidad, viven atrapadas por la droga.

Algunos de ellos aún tienen techo, pero la mayoría termina en la calle, ocupando casetas con techo de zinc, urbanizaciones semiabandonadas, inmuebles vacíos que han sido abandonados; hasta la escalera de hierro de subida al Museo de Arte Contemporáneo puede ser un buen lugar para guarecerse por la noche. Una furgoneta puede ser también un sitio para vivir. Paco y Adela llevan tres meses en Eivissa y viven en el interior de una furgoneta que se encuentra en una destartalada casa en mitad de ses Feixes. Ambos son de Sevilla.

Adela es cocinera y asegura que vino a Eivissa a buscar trabajo, pero sus proyectos se han desvanecido. Ahora subsisten como aparcacoches y consiguen sacar entre dos o tres mil pesetas al día. Aseguran que no toman drogas, aunque el aspecto demacrado de ella, que confiesa que toma metadona, es muy significativo. No pide dinero sólo ropa. «Nos robaron las maletas», asegura esta mujer a la que le queda coquetería para acicalarse cuando le hacen fotos.