Los interesados en algún objeto deberán presentar sus pujas en sobre cerrado en la sede de la Agencia Tributaria. Foto: MARINA MART.

La sede provisional de la Agencia Tributaria en la calle Vía Púnica, que ya se ha trasladado a Bartolomé Roselló, era ayer un batiburrillo de plantas de plástico, sillas y sillones de oficina, percheros, olivettis de tamaño monstruoso, armarios y ficheros, que todavía lucen las pegatinas que los identificaban como guardianes de liquidaciones y acusos de recibo y expedientes. Todos estos objetos formaban parte de las subasta pública que Hacienda celebró ayer para deshacerse del mobiliario usado.

Sin el habitual sonido del repiquetear de las teclas y las voces del personal y usuarios, en la estancia sólo se escuchaban los pasos del reducido número de personas interesadas en pujar por los lotes. La mayoría de los objetos partían de cero en su precio, por lo que los avispados compradores, que deben presentar sus pujas en sobre cerrado en la sede de la Agencia Tributaria, se podrán hacer con algunas piezas a precios de ganga.

Aunque no entraban en la subasta varios detalles recordaban el paso del personal de Hacienda: cestos de flores y algunos ceniceros, en evidente contradicción con los carteles de «No fumar» que permanecen pegados a las vigas. Una de las piezas más llamativas fue una multicopiadora, abuela de la fotocopiadora pero a manivela. Estos aparatos proliferaban en la dictadura cuando el sueño de todo universitario subversivo era hacerse con una para editar panfletos contra el régimen.