Los más valientes de la expedición, aquellos que querían
comprobar por si mismos la facilidad con la que se flota en estas
aguas debido a la densidad, pusieron el despertador a las siete de
la mañana y se dirigieron a la playa del hotel donde habían pasado
la noche con la advertencia de no mojarse, bajo ningún concepto,
los ojos ni los labios ya que la sal acumulada podía dejarles sin
ver un par de días o agrietarles los labios.
A pesar de la hora temprana y de las baja temperaturas del agua
una decena de personas se «mojaron» ya sea en la propia playa o en
la piscina del hotel, llena de agua del mar muerto pero calentada
con un moderno sistema de calefacción.
Tras el desayuno, un buffet tradicional del país basado sobre
todo en los lácteos, (quesos y yogures), verduras y algo de pescado
ahumado, la delegación dejó la ciudad de Ein-Borek que, al estar
formada en su mayoría por hoteles y encontrarse en pleno invierno,
estaba tomada por jubilados de alto poder adquisitivo. Durante el
trayecto hacia la primera visita, una estación experimental
agrícola en pleno desierto de Arava, la expedición dejó atrás el
Mar Muerto, cuya explotación convierte a Israel en el máximo
productor mundial de potasa (con aplicaciones agrícolas,
industriales y para fabricar explosivos) y se encaminó hacia el sur
del país.
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