Erase una vez una escuela con el mismo nombre con el que empiezan los relatos infantiles, habitada por veinticinco enanitos. Acudieron a un país de cuento en el que las viviendas estaban pintadas del color de la hierba, fabricadas con elementos de deshecho y donde todos eran iguales. Había un ejército pequeño formado por jóvenes ecologistas, sin armas y dispuesto a convertir el mundo en un lugar mejor defendiendo a la reina naturaleza.

Así podría comenzar una narración real. El centro ecológico «La Casita Verde» abrió sus puertas esta semana a los más pequeños en un intento, según comenta el coordinador de la iniciativa, Chris Deus, «por asegurar el futuro plantando semillas que florezcan con el paso del tiempo». Combinar las actividades lúdicas y aprendizaje son los objetivos de una experiencia que «esperamos repetir durante todo el año», señala su responsable y que se inició el martes pasado con chavales de edades comprendidas entre los seis y los once años.

Incluso se ha planteado la posibilidad de abrir el recinto con el fin de «celebrar cumpleaños, porque es la fórmula ideal para que los más pequeños comprendan que divertirse y respetar el medio ambiente no están reñidos», asegura. Pintándose la cara, realizando cuadros, montando a caballo, conociendo la técnica de las placas solares o, simplemente, realizando una excursión por el campo, los niños conocen la importancia de salvaguardar el entorno y por supuesto, pasan un buen rato. Una buena fórmula para asegurar que el siglo XXI será una centuria sin contaminantes.