—¿Dónde nació usted?
—Nací en Sant Joan, en Can Vicent de sa Guaita, la casa familiar de mi madre, Maria. Mi padre, Toni, era de Can Xumeu d’en Quetoi. Allí nacimos todos los hermanos: Vicent (†) era el mayor, tenía 14 años más que yo, y Toni, con el que me llevo seis años.
—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Al campo, como todo el mundo entonces. Teníamos un pequeño terreno, pero apenas tenía agua suficiente para hacer huerto, así que mi familia trabajaba otras fincas como mayorales, siempre al 50 por ciento. Una de ellas, y en la que más tiempo estuvimos trabajando, fue la que nosotros llamábamos ‘Ses casetes d’en Cama’ por las ruinas que había en el terreno, pero que su propietario llamaba Can Toni Jaume Marge. Estaba al lado de casa, por lo que siempre vivimos en nuestra propia casa.
—¿Iba al colegio?
—Sí. Iba al colegio de Sant Joan, que estaba a unos dos kilómetros de mi casa. Iba mañana y tarde, hasta las cinco, y en verano, cuando a esa hora era todavía de día, al salir de clase me tocaba ir a cuidar de las ovejas. Nuestro profesor era Manuel Asenjo Pineda, Don Manolo, que cojeaba de una pierna debido a la rodilla bloqueada. Al parecer, se hizo daño jugando al fútbol y no curó bien. Él se encargaba de dar clases a los niños y su mujer, Lidia, daba clases a las niñas del pueblo.
—¿Siguió estudiando en el instituto?
—No. Terminé el colegio con 14 años, el día 21 de junio de 1964. El día 25 ya estaba trabajando, y porque el día 24 es mi santo y ese día no se trabaja (ríe). Empecé a trabajar en Portinatx, en el restaurante Sa Vinya. Mi trabajo consistía principalmente en llevar leña a la cocina de Mariano, pero también pelaba patatas y hacía lo que fuera que me mandaran. No había pasado ni un mes y Manolo ya me puso a preparar la cocina de personal: «Pon esa olla al fuego, échale eso, ahora aquello…». Pero solo estuve durante la temporada, hasta septiembre, y entonces volví a casa para echar una mano en lo que fuera durante el invierno: cortando leña, cuidando de las ovejas, sembrando…
—¿Volvió a Portinatx la siguiente temporada?
—No. Me fui a Sant Antoni a trabajar en la Pensión Catalina como ayudante de camarero. Allí ganaba 3.000 pesetas al mes, además de estancia y comida. Allí tuve el primer contacto directo con los turistas. En Portinatx estaba todo el día metido en la cocina, y fue bastante impactante, la verdad. Además, estuve viviendo en Sant Antoni desde marzo hasta octubre de ese año, y eso era muy diferente a lo que era Sant Joan. El turismo que había en esa época no era ese turismo salvaje, todo lo contrario: era un turismo muy amable, principalmente inglés, pero también había mucho, mucho español. La propina más grande que jamás me hayan dado me la dio un señor catalán. Se sacó un fajo de billetes del bolsillo, contó 7.000 pesetas que volvió a guardarse y me dio el resto: ¡14.000 pesetas! Eso equivalía a casi cinco sueldos de la época y se me quedó grabado en la cabeza de un chico de 15 años. Obviamente, lo repartí con los compañeros.
—¿Repitió la experiencia en Sant Antoni la temporada siguiente?
—La siguiente temporada me fui a Vila a trabajar como camarero en el hotel Copa Cabana, que estaba en la calle Ramon Muntaner. Allí estuve trabajando durante tres temporadas, pero en invierno ya no volvía a Sant Joan con mis padres. Alquilaba una habitación y me dedicaba a hacer trabajos como peón y como albañil para no tener que pedir dinero a mis padres. Era una época en la que había mucha falta de personal y los hoteleros se rifaban a los trabajadores. Después, me fui a trabajar al hotel Mare Nostrum. Allí estuve como jefe de sector durante cuatro años, hasta que tuve que ir a hacer la mili a los 22 años.
—¿Pudo seguir trabajando en el hotel durante el tiempo que hizo el servicio militar?
—Pude seguir trabajando, pero no en el hotel. Trabajaba por las noches en la discoteca del Mar Blau con permiso del capitán, Pepe Cañas, por supuesto. Era un mando tan estricto como correcto y buena persona.
—¿Cómo recuerda su juventud en los hoteles? Hablamos de la época de la famosa ‘palanca’.
—Así es. En el hotel se ligaba todo lo que se quería. Venían familias enteras y los padres de las chicas llegaban a pagar todos los gastos (taxi, cenas, copas…) para que las lleváramos por ahí (ríe).
—¿Qué hizo al terminar la mili?
—Casarme con Carmen, una camarera de la Puebla de Cazalla que había conocido en el Copacabana, que después se marchó a Málaga y, cuando volvió, volvimos a ser novios. Nos casamos en el 73 y tuvimos tres hijos: Toni, Dani y Maria del Mar. Ahora tenemos cuatro nietos: Eric es de Toni y cumple años el mismo día que yo; Isabel y Daniela son de Dani; y Ariadna es la hija de Maria del Mar.
—¿Siguió trabajando en el hotel tras su matrimonio?
—No. Al principio me puse a trabajar con mis hermanos en la fábrica de Coca-Cola. Pero solo estuve unos meses antes de ponerme a trabajar en Pelliá, una empresa de pescado congelado, donde me contrataron para cubrir un puesto durante tres meses y acabé trabajando durante 20 años.
—¿Qué hizo al dejar la empresa de pescado congelado?
—Independizarme (ríe). En el 93, Carmen y yo montamos un puesto de pescado en el Mercat Nou, Torres Moreno, donde estuvimos hasta el 2002. A partir de entonces me puse a trabajar en el mantenimiento y tratamiento de aguas de piscinas. Llegué a llevar hasta 60 piscinas, algunas de ellas había que limpiarlas hasta dos veces por semana. Trabajaba 12 o 13 horas. Normalmente me esperaban a la misma hora el mismo día de la semana y se abstenían de realizar según qué cosas en ese momento, pero he llegado a ver muchas cosas mientras limpiaba las piscinas de los grandes chalés. ¡Hasta cómo grababan películas porno! Ese fue mi trabajo hasta que me jubilé en 2015. Desde entonces, procuro vivir lo más tranquilo posible, yendo a pescar, a pasear y a disfrutar de mis nietos.
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