Paco Ruiz tras su charla con ‘Periódico de Ibiza y Formentera’. | Toni Planells

Paco Ruiz (Orihuela, Alicante, 1942) entró por primera vez en un taller con tan solo 12 años para introducirse en el oficio en el que estuvo inmerso durante toda su vida laboral. Una vida laboral que, por casualidad, lo llevó a desembarcar en Ibiza a finales de los años 60, donde se desarrolló de manera paralela a su vida personal, echando raíces en la isla.

—¿Dónde nació usted?

—Nací en Orihuela, Alicante. Yo fui el último de los tres hijos que tuvieron José y Teresa. José y Rafael eran mis hermanos mayores.

—¿A qué se dedicaban sus padres?

—Mi madre se ocupaba de la casa y mi padre era molinero. Además, también se ocupaban de cuidar un pequeño trozo de campo.

—¿Le tocaba a usted colaborar en el trabajo en el molino?

—No. Yo no hacía nada en casa (ríe). Pero sí que me puse a trabajar desde muy pequeño, con 12 años, en un taller mecánico porque no me gustaba nada estudiar. Sin embargo, seguí dando clases particulares por la noche con Don José María.

—¿Cómo acabó en un taller mecánico?

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—A través de mi padre, que tenía un amigo, Antonio, que había montado un taller y me mandó a trabajar con él como aprendiz. Era el taller Almira y allí nos dedicábamos a arreglar SEATs y Vespas. Yo comencé limpiando el taller, claro, hasta que poco a poco fui aprendiendo y ensuciándome las manos.

—¿Trabajó en el taller durante mucho tiempo?

—Sí. Hasta unos años después de volver de la mili en El Aaiún, en África. Concretamente, dejé el taller en 1969, cuando me vine a Ibiza de visita a mi cuñado José Luis, que trabajaba aquí como frutero. Nunca había estado de vacaciones, solo había salido de Orihuela para hacer la mili, así que cuando me lo ofreció, me vine sin pensármelo dos veces. Al lado de la frutería donde trabajaba José Luis había un taller, el Izaguirre, donde arreglaban los Pegaso, que me ofreció echarle una mano mientras mi cuñado trabajaba. Me acabó ofreciendo trabajo para todo el año.

—¿Qué le pareció Ibiza a su llegada?

—Me gustó mucho, claro. Además, en Ibiza se ganaba mucho dinero, así que no tuve ninguna duda. Mi cuñado se acabó marchando y yo volví a Orihuela para casarme con su hermana, María Asunción, ‘Susi’, y nos vinimos a Ibiza, donde seguimos viviendo. Aquí tuvimos a nuestros hijos, Alberto y Susi. Ahora ya tenemos hasta cuatro nietos: Pablo, Inés y Celeste, que son de Alberto, e Íker, que es de mi hija Susi.

—¿Trabajó mucho tiempo con Izaguirre?

—Hasta que se marchó, en 1975. Desde entonces estuve trabajando en Ibiza Nueva en el mantenimiento de todas las máquinas que tienen por ahí, hasta que me jubilé en 2007, el mismo día que cumplí 65 años.

—¿A qué se ha dedicado desde entonces?

—A disfrutar de la vida (ríe). Cuido de un huertecito en Santa Gertrudis, así puedo traerle limones a mis amigos de la bodeguilla. Aquí nos juntamos todos prácticamente cada día para arreglar el mundo. ¡Han puesto una placa con nuestros nombres en la mesa y todo! Al poco tiempo de jubilarme se me caducó el permiso de armas y también colgué el rifle para siempre. Entre los amigos que tienen placa está Felipe (†), con quien solía salir de caza y, un día, por accidente, le pegué un tiro. Desde entonces, todos los amigos me quitan los cuchillos de la mesa cuando nos juntamos para comer (ríe).