Vanina Lefebvre en Vara de Rey tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Vanina Lefebvre (San Francisco, California, EE.UU,1978) es hija del movimiento hippie que en los años 60 y 70 revolucionaron Ibiza. Convencida de la influencia de sus padres en el germen de la moda Adlib, Lefebvre ha dedicado buena parte de su vida a la costura, trabajando durante años para las mejores firmas.

—¿Dónde nació usted?

——Nací en una comuna hippie en San Francisco, California. Por eso tengo 12 hermanos con tres madres distintas que vivían con mi padre, además de otras tres familias. Era una comunidad de revolucionarios por la libertad. Era la época de los hippies de verdad, gente muy estudiada y preparada para explorar la libertad hacia zonas que la gente todavía no se atrevía

—¿Quiénes eran sus padres?

—Mi padre se llamaba Paco y nació en Jerez de la Frontera, en la postguerra y con un defecto físico de nacimiento. Las rodillas se le doblaban al revés. Eso le abrió la mente y le hizo tener una visión del mundo muy distinta al resto. Era como un ser que venía del futuro para iluminar el camino al resto del pueblo. Era como un gurú al que seguía mucha gente por su visión del mundo y del futuro de la humanidad. Tenía dones creativos muy desarrollados: podía pintar, hacer escultura, arquitectura, fotografía…

—¿Se unió así al movimiento hippie?

—No es que fuera hippie. Es que se le llamaba hippie a toda esta gente revolucionaria. Más que unirse al movimiento, yo creo que fue uno de los que lo crearon, viajando por todo el mundo con toda esa gente a través de la creatividad.

—No me ha hablado de su madre.

—Mi madre, Anne Florence, era de una familia muy acomodada de Mónaco, aunque nació en Alemania. Estudió Periodismo en París y su frustración fue siempre no haber podido dedicarse al arte. Sus padres no la dejaron. Cuando conoció a mi padre y se fue con él la desheredaron. Desde ese momento se unió al movimiento creativo de mi padre.

—¿Cómo se ganaban la vida?

—Principalmente con la moda. Mi madre estaba muy conectada con las tiendas de antigüedades de Francia, donde se vendía todo tipo de ropa de encaje, ropa interior, de vete a saber tú qué año: podían ser de los años 20 o de la Edad Media. La ‘costumizaban’ y la vendían en Ibiza, serían los últimos 60 o principios de los 70. Esa ropa era toda blanca y ellos iban vestidos con esa ropa. Estoy segura de que, de alguna manera, sería una de las precursoras de la moda Adlib. Ya se sabe que Ibiza es una isla de piratas: todo se copia.En México, por ejemplo, dieron trabajo a muchos pueblos, enseñándoles a coser, a bordar y a tejer. De esta manera, mi familia llegó a hacer vestidos de novia por valor de miles y miles de euros.

—¿Cómo vivían sus padres en Ibiza?, ¿en comunas?

—Sí. Estaban repartidos en varias casas grandes, donde vivían varias familias. Allí pintaban, cantaban, hacían cerámica… era todo un movimiento artístico. De Ibiza se fueron a Canarias y de allí a San Francisco, donde nací yo.

—¿Creció en San Francisco?

—No. Nos fuimos muy pronto a México, al estado de Morelos, en unos pueblos muy pobres y salvajes. Mis padres conectaron con las personas con más poder adquisitivo de México para poder dar trabajo a esos pueblos y sacarles de la pobreza. Por eso esos pueblos, Tetecala, Coatlán del Río, Mazatepec por ejemplo, están muy agradecidos a mi familia. Crearon allí una industria que antes no existían.

—¿Sus recuerdos de infancia están relacionados con esos pueblos de México?

—No solo en México. Después mis padres volvieron a Ibiza y siguieron viajando a Canarias para volver a México más adelante. Cuando cumplí 18 años decidí marcharme por mi cuenta a la Isla de Reunión, un paraíso perdido en el Océano Índico. De allí me fui a París, donde acabé trabajando para los diseñadores más importantes del mundo. Chanel, Dior, Lacroix, Galliano, la Ópera de París, cine… Con solo 23 años ya ganaba mucho dinero y me llevaban en limusina.

—¿Cómo fue ese salto de una isla en el Índico a trabajar para los mejores diseñadores?

—Todo empezó cuando me perdí por una calle cercana a la estación de la Gare de Lion. La avenida está llena de bóvedas y había un espacio artístico en cada uno de ellos. En uno hay restauración de porcelana, en otro restauran muebles antiguos. De repente vi uno lleno de máquinas de coser y no dudé un momento en entrar y preguntar si necesitaban a alguien. Yo no he tenido formación oficial en moda. Siempre he sido autodidacta y he estado cosiendo desde que era niña. No tuve necesidad de diploma, con mi experiencia me bastó para superar la prueba. Me tenían como una especia de ‘niña prodigio’ que trabajaba muy bien y llegué a desbancar a los grandes talleres de moda de París. Pasé de perderme en una calle de París a trabajar con los grandes diseñadores.

—¿Cómo es trabajar para estas grandes firmas?

—Fue una gran escuela para mí. Pero la mayor escuela fue mi familia desde niña. Trabajando con las grandes firmas apenas tenía vida. Vivía para el trabajo. Durante años mi vida consistió en trabajar 14 o 15 horas, despejarme en el gimnasio y dormir. Era fascinante trabajar con materiales de esas calidades. A veces me temblaba la mano cuando tenía que cortar según qué tejidos. Algunos tenían hasta diamantes y podían alcanzar cientos de miles de euros el metro. Lo malo era la presión y la exigencia máxima, pero lo peor, para mí, era la competitividad. Yo crecí con un concepto muy distinto de la moda. Por eso acabé cayendo en una depresión, dejé el mundo de la moda y me mudé a Barcelona.

—¿A qué se dedicó en Barcelona?

—Cuando llegué tenía bastante dinero ahorrado y me lo acabé gastando en los Servicios Sociales, ayudando en barrios marginales. De alguna manera, eso llenó mi alma tras salir del mundo maquiavélico de la moda. Mi concepto de la moda es emocional. La ropa es la segunda piel de las personas y con la moda puedes ayudar a la gente a que vea cosas de si misma que no ve por si misma.

—¿Qué hizo al terminarse los ahorros?

—Trabajé en distintos lados, me hice pasar por maquilladora, por ejemplo, habiendo trabajado en moda vi cómo se maquillaba en miles de desfiles y sabía cómo hacerlo. Así acabé maquillando en los puestos de Dior del Corte Inglés. Como estuve trabajando tres años con un médico en México antes de marcharme, también me hice pasar por enfermera en Barcelona con un médico. Así entré a trabajar en los Servicios de Beneficencia de la Generalitat, aunque me pidieron los diplomas, no los mandé nunca y no me los reclamaron jamás. Se conformaron con que hiciera bien mi trabajo. Acabé cogiendo un traspaso de una tienda de arreglos y fue todo un éxito. Tanto que el estrés me pudo y un día, no sé cómo, acabé en el suelo. Colapsé. El médico me recomendó comer bien, hacer deporte y, sobre todo, evitar el estrés. Así que lo dejé todo y me vine a vivir a Ibiza.

—¿De qué año hablamos?

—De 2019. Aunque solo estuve viviendo alguna temporada cuando era niña, nunca dejé de venir siempre que pude. Nunca llegué a romper mi vínculo con Ibiza

—¿Cómo le trató Ibiza a su llegada?

—Como a una princesa. Enseguida encontré pareja y me estuvo enseñando la isla durante cuatro días en su velero (ríe). Lo malo es que, con mi currículum, no me daban trabajo, así que decidí crear mi propia marca de lencería erótica y una empresa de distribución de publicidad. De esa manera pude conocer a gente muy bella a lo largo de la isla. Eso me permitió montar mi atelier de alta costura para gente que sabe apreciar mi trabajo. Ahora, además, hago coaching de costura a otros diseñadores. También arte, ya he hecho, junto a mi amigo, algunas exposiciones de collage con el pseudónimo ‘Manchas de Gracia’. Al final, desde mi punto de vista, el verdadero artista es el que se mantiene flexible a plasmar la creatividad en cualquier momento, sin necesidad de etiquetarse, porque hace de su precente un arte en armonía.